No son siete, sino tres. Tampoco son magníficos, sino magníficas. Pero no por ello, resultan menos enérgicas y atractivas que los héroes del afamado western dirigido por John Sturges, allá por los años 60.
Y es que este mes hemos hablado de las tres magníficas maravillas. Un tesoro a descubrir y potenciar:
Un trío de poderosas actitudes ante la vida, cuyos efectos se suman para constituir un elenco ganador. Se complementan y apoyan mutuamente, en un engarce perfecto, que nos va a permitir superar los retos con sobresaliente. Este armónico conjunto facilita la expresión de nuestros mejores recursos, poniendo al descubierto capacidades que habían permanecido ocultas durante decenios.
Aceptar lo que nos llega, sin oposición inicial, es la base sobre la que se apoya el conjunto. Constituye el primer frente a presentar ante los acontecimientos. Nos da la serenidad y la calma necesarias para comprender a fondo las situaciones en las que nos vemos involucrados.
Cuando asumimos las cosas tal como son, sin quejas, sin enfados y sin miedos, eliminamos las resistencias, que solo sirven para retrasar las acciones y decisiones que necesitamos poner en marcha para resolver los conflictos y dificultades que se nos presentan.
La oposición ante la Vida es tan solo un hábito desafortunado, nacido del afán por querer ejercer un control imposible sobre la forma en que se presenta el devenir. No podemos comprender ni manejar la infinitud de variables que se conjugan para que el mundo sea tal como es en cada momento. La creencia de que si podemos (y debemos) hacerlo, en que las cosas deben ocurrir para satisfacer nuestras expectativas, es el error central de nuestra infelicidad primaria.
Paradójicamente, al mismo tiempo, esta perniciosa obsesión por el control nos impide ver y aprovechar las oportunidades que cada acontecimiento (favorable o desfavorable) trae aparejadas. Perdemos la visión clara y la mente despierta, enredados en improperios, maldiciones y lamentaciones sobre lo que pudo haber sido y no fue. Desperdiciamos un tiempo precioso para poner al descubierto las bendiciones ocultas que todo acontecimiento trae aparejadas.
Algunos, incluso, se pasan la vida enfrascados en una suerte de victimismo crónico ante su mala suerte, protestando por todo, insatisfechos por casi todo y ajenos a la belleza del nuevo día, que llega cargado de posibilidades.
Como todos los hábitos, el de resistirse a lo que es, puede ser erradicado y transformado para proveernos de una diferente actitud ante la Vida. Una actitud que haga del aceptar la base de un comportamiento amigable ante lo que nos sucede, independientemente de cuál sea el disfraz con el que se nos presente. Cualquier aspecto puede ser positivo o negativo, útil o inútil, un apoyo o un obstáculo, dependiendo del color del cristal con el que lo miremos y de cómo lo recibamos.
Acostumbrarnos a dejar de lado las expectativas, sustituyéndolas por una posición abierta ante las novedades y la aventura, nos ayudará a ganar en aceptación. Contemplar la posibilidad de que las cosas, pese a que no sucedan tal cuál esperamos, puedan tornarse igualmente favorables para nuestra evolución, también nos ayudará. Confiar en que la Vida siempre está ahí para apoyarnos y ayudarnos a crecer en nuestra humanidad, pese a las formas, en ocasiones dolorosas, en que se nos presenta, nos dará el espaldarazo definitivo para decidirnos a hacer del aceptar la base de nuestra filosofía existencial.
Fluir con los acontecimientos es el siguiente paso en esta cadena de actitudes ganadoras, después de habernos acogido, voluntariamente, al lecho de la corriente de la Vida en la que nos movemos. Como el agua de un río, que no se rebela contra el cauce que la contiene, sino que aprovecha su orografía para adaptarse y seguir su camino; así, también, fluiremos nosotros, si elegimos sacar provecho de las situaciones que se nos presentan, aceptándolas como un reto a superar.
Cuando fluimos, nos encaramamos sobre las olas del presente, miramos hacia la playa, y elegimos la mejor demora para deslizarnos sobre las crestas, aprovechando la fuerza de su embestida. Esto es movernos al ritmo de la Vida, sin temores, sin preocupaciones (por el futuro) y sin lamentos (por el pasado). Solamente avanzar, con nuestro mejor saber hacer, sin expectativas, seguros de que, suceda lo que suceda, será lo mejor para nosotros. Por esto, la confianza es la fuerza motriz de la fluidez.
Completamos esta triada maravillosa, este tesoro oculto, con la fortaleza que da la osadía. Una actitud de poder sin soberbia que nos lleva hacia lo desconocido, tras los pasos de la fluidez, y guiada por su misma fuerza motriz.
Somos osados si hacemos lo que debemos, lo que sentimos, lo que sabemos que hemos de hacer. El valor necesario para la acción lo proporciona la mayor de las energías del universo: el amor. Sabemos que somos osados cuando nos atrevemos a vivir de acuerdo con nuestra filosofía, independientemente de las opiniones y juicios de los demás, cuando hacemos lo que amamos en vez de lo que se supone debemos hacer, y cuando nos entregamos sin importarnos las contraprestaciones.
Invitar a este tesoro tricéfalo a nuestra casa interior, acogiéndolo como invitado de honor permanente, solo atraerá bendiciones a nuestro hogar. La vida se simplifica, dejamos de oscilar entre los vaivenes de los acontecimientos como marionetas, aprendemos a sacarle partido a casi todo, disfrutamos mucho más de cada situación, y adquirimos la serenidad y la paz necesarias para dejar de ver enemigos por todas partes.
Esta triada de magníficas maravillas es más que suficiente para dar sentido a todo lo que somos, a nuestros actos, objetivos y planes de vida. No precisamos de otra guía ni de otro maestro. Aceptar, fluir y actuar con osadía cuando sea preciso, será la razón, el sentido y la felicidad que acompañe cada momento de nuestra existencia. Benditas sean.
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