No hay nada más coherente y, al mismo tiempo, inusual, que vivir la vida con una actitud de aceptación. Coherente porque resulta absurdo oponerse a lo que es, a lo que ya se ha manifestado, a la realidad, en definitiva. E inusual porque la mayoría de nosotros hacemos justo lo contrario.
Los acontecimientos que llegan a nuestra vida pueden parecernos más o menos deseables, más o menos apetecibles, pero no por eso dejan de ser tal como son. El juicio o la valoración que de ellos hagamos resulta indiferente para su manifestación. Las cosas son como son, sea cual sea el estado de ánimo con el que las recibamos.
Sin embargo, solemos reaccionar con euforia, alegría y cierta despreocupación cuando lo que nos sucede es clasificado como bueno. Por el contrario, solemos enfadarnos, oponernos e, incluso, negar la evidencia cuando lo que llega tiene tintes de malo.
La resistencia contra la Vida, contra lo que es, solo sirve para agotarnos, desgastarnos y hacer que nuestras capacidades creativas para resolver problemas se vean mermadas. Los estados emocionales de alta intensidad (positivos y negativos) resultan perniciosos para nuestra capacidad de pensar con claridad y tomar decisiones acertadas. La emocionalidad disparada distorsiona la realidad objetiva, de tal manera, que nos impide disponer de una buena información de partida para acertar con las soluciones. Es como si pusiésemos unas gafas graduadas a una persona que no las necesita. Perdería su capacidad de ver con claridad.
¿Por qué reaccionamos, en general, de una manera combativa contra lo que no nos gusta? ¿Cuál es el motivo de fondo que nos lleva a adoptar un comportamiento violento (furia, desesperación, negación) contra la realidad?
¿Será que proyectamos nuestras expectativas hacia el futuro en casi todo lo que hacemos? ¿Qué siempre esperamos un resultado de acuerdo a lo que hemos imaginado, deseado o planificado que deberá suceder? ¿Tal vez, intentamos controlar demasiado impidiéndonos fluir con la Vida?
Dejamos muy poco margen a la sorpresa, a lo inesperado, a la aventura, Crecemos con una falsa idea de seguridad asociada a la permanencia. Creemos que las dificultades y los imprevistos son enemigos a combatir, piedras en el camino de nuestros planes. Por eso, reaccionamos con oposición contra ellos, pensando que el enfrentamiento conseguirá reducirlos a polvo. Todo lo contrario. Oponernos a los obstáculos que se nos cruzan en el camino solo consigue hacerlos más fuertes, al mermar nuestra capacidad de respuesta.
Es en la calma, en la serenidad, en la visión objetiva, en la paz de las emociones, donde lo mejor de nosotros mismos sale a la luz.
Ahora sabemos (las neurociencias lo han puesto de manifiesto) que, cuando aceptamos sin oposición, evitando la emocionalidad extrema, la amígdala cerebral (núcleo central del procesamiento emocional) pierde funcionalidad y capacidad para inhibir las respuestas de los lóbulos prefrontales (claves en el procesamiento cognitivo). Esto explicaría, a nivel fisiológico, la razón por la que la calma frente al devenir mejora nuestra capacidad de respuesta, aportando mejores soluciones para los desafíos de la vida.
La aceptación no entiende de luchas, ni de protestas, ni de juicios, ni de síes ni de noes. Vive en el presente real, en el reino de lo que es, frente al cual resulta inútil toda resistencia. La aceptación lo admite todo sin exclusivismos, cediendo el control al devenir y liberándose, así, de cargas innecesarias.
Aceptar es amar la Vida, abrirse a las novedades sin prejuicios, permitir que cada uno viva a su manera sin inmiscuirse. Y, sobre todo, acoger lo que es tal cuál es, dejándonos seducir por la variedad y multiplicidad de formas que habitan el planeta.
Aceptar exige vivir sin expectativas, lo que no quiere decir sin planes ni objetivos, aunque sí libres de la ansiedad de la realización, de la necesidad de conseguir o de la pretensión de lograr.
Cuando vivimos en estado de aceptación nos centramos en el proceso y no en el objetivo, disfrutamos del camino sin empecinarnos con el destino. Una actitud de sincronía con la Vida en la que dejamos que las cosas lleguen sin intentar acelerarlas o tratar de evitarlas, nadando a favor de la corriente y aprovechando las oportunidades para cambiar el rumbo, si resultase necesario.
Aceptación y resignación no son sinónimos. Cuando nos resignamos seguimos resistiéndonos a la situación. Solo hemos agotado nuestras fuerzas y nos permitimos creer, inocentemente, que una actitud de víctima pueda traer calma a nuestra frustración, o promover cierta compasión en los dioses del devenir. Asumir lo que es, sin dramatismos, sin quejas y sin cabreos, es, por el contrario, una actitud activa. Nos dota de la serenidad necesaria para situarnos en el mejor escenario de partida, sin interferencias emocionales que nos impidan ver la totalidad del cuadro. A partir de ahí, podremos actuar si la situación lo requiere, o encontrar el mejor modo de acomodarnos y sacarle provecho.
Podemos practicar el arte de la aceptación, cuando las cosas se nos tuercen, tomando conciencia del momento antes de que se dispare la reacción automática. Detengámonos por un instante, respiremos profundamente y vayamos hacia adentro, abriéndonos a la calma interior que se está abriendo paso, para poder observar la situación desde una perspectiva más amplia, a distancia, evitando involucrarnos personalmente, como si nos fuera la vida en ello. Es así como acabaremos por darnos cuenta de la importancia relativa de lo que nos está ocurriendo. Es así como podremos elegir fluir con la situación, aportando lo que sea menester para resolverla, si es posible. En caso contrario, optamos por dejarla pasar y prestar atención a la siguiente escena que ya se está desarrollando delante de nosotros.
Acostumbrémonos a ver las situaciones en las que nos vemos envueltos como un enorme decorado teatral en el que tenemos el rol de espectadores. Evitemos jugar el papel de actores, o, al menos, no nos involucremos a fondo con el personaje. Renunciemos, también, al oficio de guionista, dejando que sea el propio devenir quién desarrolle esta función. Desapegarnos de nuestra historia personal, relativizar su importancia y sumergirnos en la totalidad de la Vida (la nuestra y la de los demás) nos hará más libres. Desvinculados del apego a nuestros dramas personales, a los acontecimientos dolorosos, a las espinitas clavadas, al orgullo herido y, en definitiva, a nuestras quejas contra lo que llamamos azar.
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Buenísimo post!! Muchas gracias Javier.
Gracias Montse por tu comentario. La verdad es que se suele pensar que Aceptar lo que te llega tiene solo que ver con aspectos espiritual-religiosos. En absoluto. Se trata de una actitud práctica y muy efectiva para equivocarnos menos y elegir mejor. En este caso, aceptar y ganar son casi sinónimos
Siempre sorprendiendo en el momento más adecuado.
Fantástico regalo!
Gracias Jenaro. Se agradece el comentario. Me alegro de llegar en el momento adecuado. Pero ya sabes que no soy yo. Es la Vida la que se encarga de sincronizarlo todo para nuestro mayor bien. Un abrazo