Construyendo mi yo ideal

Es nuestra luz y no nuestra oscuridad lo que nos atemoriza (Nelson Mandela)

Todos y todas guardamos una imagen ideal en lo más profundo de nuestros corazones. Un modelo a emular, la visión de nuestra mejor versión, de lo que desearíamos ser, aunque no nos sintamos capaces de alcanzarla o no sepamos cómo hacerlo.

También tenemos una imagen actual: lo que pienso que soy hoy por hoy. El modelo que he construido sobre mi persona, basado en definiciones más o menos acertadas, que beben de las experiencias, los juicios y las comparaciones que he ido acumulando a lo largo de los años. Todos y todas actuamos según nos marca esta identidad creada y asumida sin discusión. La autoimagen que tratamos de proteger frente al mundo, intentando ocultar sus debilidades y rehuyendo aquellas situaciones que puedan dejarnos desnudos frente a los demás.

Entre lo que creo ser y el ideal que guardo en la intimidad de mi corazón puede mediar un abismo o existir un puente levadizo que los conecte, al menos ocasionalmente. Todo depende de lo comprometido que me sienta con mis anhelos más profundos, con los sueños que me acompañan desde la infancia, con las cosas que, de verdad, me hacen vibrar.

Este modelo mental de quien me gustaría ser y aún no soy, late con fuerza en mi inconsciente, a pesar de que no pueda ver, apenas, signos de su manifestación. Es una realidad potencial que he ido creando a base de visualizar e imaginar, una y otra vez, a la persona en la que me gustaría convertirme, tal vez más segura o más relajada o más amable o menos miedosa. La potencialidad está ahí, y si no ha emergido, aún, es porque no le hemos dado la oportunidad de hacerlo.

Refugiados en nuestras rutinas diarias, hemos convertido, también, en rutinarios los comportamientos y actitudes. Ello nos aporta comodidad. Moviéndonos entre lo ya conocido, no necesitamos hacer esfuerzo alguno para resolver el día, excepto, claro está, cuando se nos presentan sucesos inesperados que nos sacan de la zona de confort.

No cabe duda de que resulta, hasta cierto punto, placentero desgranar los días y las noches sumidos entre los algodones de lo habitual, sin sorpresas, sin sustos, sin necesidad de buscar soluciones nuevas. No obstante, esta manera de enfocar la vida, tiene un gran inconveniente: nos resta capacidad de disfrute vital y elimina, casi por completo, la posibilidad de alcanzar nuestros sueños más genuinos, difuminándolos con el paso de los años.

Convertirme en quién, de verdad, quiero ser, elegir cómo deseo vivir y hacer lo que me apetece, son capacidades reservadas, únicamente, para quienes se atreven a desplegar sus alas, dejándose empapar por su imagen más preciada. No resulta posible alcanzar mis metas sin comprometerme con ellas, sin una actuación coherente con lo que quiero lograr, al igual que resulta inviable llegar a Roma siguiendo el camino que conduce a Beirut.

Cuando tratamos de aproximarnos al comportamiento de nuestro yo ideal, surgen, de manera sincrónica, oportunidades y situaciones que nos ayudan a encontrar el camino hacia el modo de vida que deseamos. Todo parece coordinarse y adecuarse para apoyarnos y ayudarnos. Cuando actuamos según nuestra mejor versión, siguiendo el modelo que tenemos en mente, la vida se simplifica, las experiencias adecuadas llegan como por arte de magia y nuestros esfuerzos por lograr se reducen, convirtiéndose más en un placer que en un trabajo duro y pesado.

¿Por qué, entonces no dejamos que ese yo soñador tome el mando?

La respuesta es simple:  miedo.

Tememos a la libertad de ser quienes queremos ser. Nos asusta la perspectiva de volar libres, siguiendo nuestros propios criterios, tal vez diferentes a los que nos marcan las reglas sociales. Nos da miedo exponer nuestra intimidad al mundo, sacar a nuestro niño o niña interior de la jaula de oro que hemos construido para él o ella. Tenemos miedo a ser felices, si eso implica despojarnos de nuestros disfraces y dejarnos guiar por el corazón. No estamos dispuest@s a tomar decisiones relevantes que nos lleven a un nuevo nivel de existencia. Nos resistimos a comprometernos con nuestras decisiones y responsabilizarnos de ellas.

Sin embargo, la realidad es que tememos a un fantasma que no existe. Pretendemos engañarnos con la idea de que, ocultándonos y escondiendo nuestra intimidad las amenazas desaparecerán, el mundo será menos hostil, las decepciones apenas si harán acto de presencia. Nos convencemos de que esta es la mejor manera de afrontar la Vida, aunque, en el fondo, sabemos que no es así. Y seguimos soñando, imaginando, esperando el momento adecuado, la oportunidad perfecta, el futuro propicio que nos lleve al edén.

Esta acomodación, esta cárcel de esperanzas añoradas en la que una mayoría vivimos, es a lo que, realmente, deberíamos temer. Nos da miedo la luz, nuestro propio brillo, la grandeza que todo ser humano guarda en su interior y que no se atreve a desplegar por miedo a perderla. ¿No parece paradójico que creamos que estamos protegiendo el tesoro que tod@s guardamos, cuando lo que hacemos, en realidad, es exponerlo al óxido y la descomposición?

Cuando un ser humano se decide a fluir y a manifestar con osadía su auténtica naturaleza, el universo entero se viste de fiesta. Ha nacido una nueva estrella que dará su luz a todo ser que se encuentre a su paso. No hay razón alguna para ocultar nuestro mejor saber hacer, nuestras capacidades, nuestra alegría innata (viene de serie con nuestro nacimiento), nuestras ganas de vivir. Es un error ocultarlas a la vista por miedo a sentirse herid@, atacad@ o expuest@ a un mundo que necesita imperiosamente disponer de lo mejor de cada uno para curar sus heridas e iniciar un camino de paz, armonía y felicidad.

Recuperar nuestro ideal es perfectamente posible. Solo necesitamos desearlo, acogerlo y ponernos en camino para encontrarnos con él. Las preguntas correctas facilitarán su despertar a la conciencia: ¿Cómo deseo ser?, ¿Cómo me gustaría comportarme?, ¿De qué quisiera desprenderme? ¿Qué añoro?, ¿Qué deseo?, ¿Qué echo en falta?

Las respuestas llegarán, una tras otra, día tras día, conformando el nuevo ser que está naciendo. Poco a poco, la imagen mental renacerá, los recuerdos de los primeros años se superpondrán con la figura mental que está creándose. Los miedos, los recelos, las dudas, irán desapareciendo a medida que la criatura cobra fuerza. Las emociones potenciadoras se harán más frecuentes y la negatividad y el miedo irán disolviéndose según vamos asumiendo las formas, actitudes y comportamiento de nuestro yo ideal.

Solo necesitamos decidirnos a comenzar, ponernos en marcha, abrirnos a la oportunidad de reinventarnos, rehacernos, recomponernos. No hay excusas. Ni la edad, ni la situación personal, ni las enfermedades, ni el sufrimiento, ni los malos recuerdos. Nada es suficientemente malo o poderoso para frenar al Ser que vive dentro de cada uno y que está pugnando por salir.

¡Dale la oportunidad!… lo demás se nos dará por añadidura.

Para reencontrarte con tu yo ideal puedes seguir estas sugerencias

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