El gran secreto de la felicidad

Hacía varios meses que atravesaba por un período de actividad extrema, una lucha a muerte por alcanzar mis objetivos profesionales y personales. Y, aunque lo había planeado al detalle, las cosas no estaban saliendo según mis cálculos, y me sentía abrumado por las expectativas y las presiones externas. A pesar del éxito evidente que se manifestaba en muchas áreas de mi vida, no lograba sentirme verdaderamente feliz.

Pese al claro desgate físico y psicológico que anunciaba mi creciente estado de ansiedad, el malhumor que mostraba  ante cualquier inconveniente, y el insomnio galopante que dominaba mis noches, continuaba sobrecargándome con más y más compromisos y obligaciones. Hasta que todo estalló, como no podía ser de otra forma.

La depresión, acompañada de un estado de excitación que solo conseguía atenuar en parte la medicación, se hizo fuerte en mi vida. Como consecuencia, mis ambiciones personales pasaron a un segundo plano. Los días comenzaron a transcurrir monótonos y desesperanzadores, en la añoranza de tiempos mejores; culpándome, a menudo, por no ser capaz de superar mi estado de melancolía. Los paseos fueron frecuentes al principio. La necesidad de respirar aire limpio me impelía a salir a la calle y caminar sin rumbo. Pero luego, con el paso de las semanas, termine por encerrarme en mi apartamento, sin ánimo de ver a nadie e incapaz de contestar llamadas telefónicas. Había caído en un pozo del que ni quería ni sabía salir…

Fue en un día cualquiera, observando, desde la ventana de mi habitación, las evoluciones de un grupo de niños que jugaban en el parque ubicado frente a mi edificio, cuando las cosas comenzaron a cambiar sin proponérmelo. Corrían, saltaban, gritaban, volvían a correr… Me fijé en sus caras: rebosaban felicidad. ¿Cuál era su secreto?

Poco a poco, según pasaban los días, mi depresión fue desvaneciéndose, dando paso a un estado de claridad mental como nunca antes había experimentado. Una súbita inspiración vino a revelarme una verdad que, aunque indiscutible, había permanecido oculta, hasta el momento, para mí:

La felicidad, esa felicidad esquiva y desconocida, estaba ahí mismo, al alcance de mi mano. Siempre estuvo a mi lado. Solo que, absorto ante un espejismo de cosas por hacer, que me impedía ver lo que había más allá, cometí el error de buscarla «fuera», en lo externo: en el éxito profesional, la aprobación social, las posesiones materiales, los planes o los deseos por cumplir. Sin embargo, ninguna de estas cosas pudo darme la satisfacción de la que, ahora, por fin, comenzaba a gozar…

 

Este esquivo y, al mismo tiempo, deseado espacio al que llamamos felicidad no es un destino final, una estación terminal a la que llegamos solo si cumplimos ciertas condiciones. Tampoco es un estado de euforia ni un sentimiento de alegría perpetua. No depende de nada externo ni de condicionantes internos. Se da sin más, por el mero hecho de existir. Viene de serie con el nacimiento, un regalo que nos acompaña desde siempre. Entonces, si esto es así, ¿por qué nos parece tan esquiva?…

No es la felicidad quién se esconde. Son los condicionantes que nosotros mismos nos imponemos lo que la oculta a nuestra vista. Es la eterna lucha que mantenemos por alcanzar, hacer o poseer cosas, personas o intereses, lo que nos impide gozar de ella. Por eso, los niños pequeños, que no buscan nada, salvo vivir el momento presente, la disfrutan sin más. Y es que, en este asunto, no es cuestión de suma, sino de resta. No se trata de qué debo hacer para ser feliz, sino, más bien, de quedebo dejar de hacer.

En su núcleo, la felicidad es un estado de bienestar subjetivo, una sensación de plenitud y satisfacción con la vida tal como es; la capacidad de experimentar emociones positivas y encontrar significado y propósito a mi existencia, incluso en medio del fragor de la tormenta, entre los desafíos y adversidades que nos trae la Vida.

La felicidad está arraigada en la conexión, en las relaciones significativas que cultivamos con nosotros mismos y con los demás. Podemos encontrarla en la gratitud por las pequeñas cosas de cada día, en la capacidad de apreciar y disfrutar el momento presente, en ser conscientes de la vida que habita en nosotros. Se manifiesta en la aceptación de uno mismo y de los demás, en la resiliencia para enfrentar los obstáculos y en la capacidad de encontrar belleza en todo lo que nos rodea.

Y, aunque las características que definen a las personas felices pueden ser muy variadas, hay ciertos rasgos comunes que suelen compartir:

  • Optimismo: una actitud positiva y confiada ante la vida, incluso en tiempos difíciles y situaciones comprometidas.
  • Gratitud: una característica distintiva de quién se siente feliz es saber apreciar las cosas sencillas y expresar agradecimiento por lo que se tiene, en vez de enfocarse en lo que falta.
  • Resiliencia: frente a los desafíos y adversidades. Aunque puedan enfrentar obstáculos, las personas felices son capaces de recuperarse con rapidez de las caídas y centrarse en la búsqueda de soluciones.
  • Autoaceptación: se aceptan a si mism@s tal como son, lo que hace que su autoestima sea sólida y permanente. Son gentes que se sienten cómodas con sus «imperfecciones» y limitaciones.
  • Relaciones significativas: las conexiones interpersonales son vitales para disfrutar de la vida. Quienes se sienten felices cultivan relaciones saludables y significativas con amigos, familiares y seres queridos.
  • Propósito y sentido de vida: tienen un propósito claro. Sienten que su vida tiene un significado que materializan en forma de metas, aunque nunca hacen de su resultado una prioridad. Es la dirección que se marcan lo que les guía. No se empecinan con el destino. Más bien disfrutan del camino
  • Generosidad: tienden a ser personas altruistas. Se sienten motivadas para hacer contribuciones positivas a la vida de los demás.
  • Autenticidad: viven de acuerdo con sus valores y creencias. Las personas felices son genuinas y se sienten cómodas mostrando su verdadero yo al mundo.

Mejorar el nivel de felicidad es siempre una aventura que solo puede traernos bienestar y satisfacción. Una tarea que debe ser prioritaria frente a cualquier otra. Al fin y al cabo, ser feliz es el objetivo número uno de todo ser humano. ¿O no?

La manera de conseguirlo tiene mucho que ver con la capacidad de centrarnos en lo sencillo; en aprender a desprendernos de cosas y personas, pudiendo despedirnos sin sufrir (el apego es uno de los mayores obstáculos en el camino de la felicidad); en convertir lo ordinario en extraordinario, transformando la rutina en nuevas experiencias. En definitiva, ser feliz implica ver la Vida bajo otra mirada más limpia, más confiada, más serena y más agradecida.

Vivir es una aventura maravillosa que solo se disfruta en plenitud cuando nos damos cuenta de que cada día es un regalo, una nueva oportunidad para ser y hacer, un milagro de la existencia y una borrachera de colores, sonidos, formas, emociones y experiencias que nos llegan a través de los sentidos y están ahí para ser disfrutadas hasta la extenuación.

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