El mundo moderno está lleno de ruido. Desde el constante zumbido de dispositivos electrónicos hasta el bullicio de la vida urbana, la tranquilidad es un bien escaso. En medio de este caos, el silencio interior emerge como un refugio, una pausa necesaria en el torrente de estímulos que nos rodea.
Pero… ¿qué es el silencio interior?
Todo@s tenemos un concepto e incluso una imagen de lo que es. Sabemos que va más allá de la ausencia de sonido externo, aunque cuando lo buscamos tratamos de refugiarnos en un espacio aislado, libre de interrupciones y agitación de cualquier tipo. Lo identificamos como un estado de calma profunda que reside en algún lugar dentro de nosotros. Un espacio donde la mente encuentra serenidad, liberándose de la cacofonía del mundo exterior.
En la frenética realidad que nos rodea por todas partes, penetrar en ese lugar mágico, donde todas las preocupaciones, miedos y desventuras parecen disolverse, parece un lujo disponible, tan solo, para unos pocos. Tal vez sea esta creencia (de todas luces, infundada) la que hace que apenas dediquemos tiempo a buscar ese oasis de paz que, por otra parte, tanto necesitamos. Lo buscamos, aunque bien es cierto que, la mayoría de las veces, sin demasiado entusiasmo, hipnotizados por los cantos de sirena de los mil y un estímulos que nos rodean. Aquí es donde nuestro saboteador interno entra en liza, susurrándonos una y otra vez que ese lugar no existe o, al menos, no es para nosotros. ¡Nada más lejos de la verdad!
Pese a la poca fe que depositamos en hallarlo y al poco ahínco que solemos poner en su búsqueda (consecuencia directa de los mensajes derrotistas de nuestro boicoteador de ilusiones), esta paz interior, presente en todo ser humano, está al alcance de la mano. Y es la herramienta más poderosa para restaurar nuestro equilibrio emocional y mental en un mundo cada vez más agitado.
Nos lo han descrito como un santuario interno; un lugar donde podemos encontrar la paz y la serenidad en medio del tumulto; un espacio sagrado donde los pensamientos se aquietan, las emociones encuentran su armonía y el alma se reconecta consigo misma.
En este templo del espíritu, el tiempo se desacelera y las preocupaciones se desvanecen, dando paso a la quietud y la contemplación. Dicho así, pareciera que hablamos de una entelequia filosófico-religiosa, pero es algo mucho más simple y accesible que todo eso. Es nuestro estado natural cuando estamos libres de la vorágine de pensamientos que nos impone la mente, cuando pasamos de prestarle tanta atención y dejamos de creer en todo lo que nos dice. Es entonces, cuando los pensamientos (preocupaciones, visiones de un futuro dramático, miedos, recuerdos dolorosos, etc.) dejan paso al silencio. Nos sumergimos en un mar donde cada respiración es un bálsamo y cada instante una eternidad impregnada de una profunda sensación de plenitud.
Nos dicen que es aquí donde podemos escuchar el susurro de nuestra propia sabiduría interior, libre de juicios y expectativas; donde nos encontramos frente a frente con nosotros mismos, desprovistos de las máscaras que solemos vestir ante los demás. Y también es aquí donde nos sentimos libres para abrazarnos y amarnos en toda nuestra humanidad, sin culpas ni rencores, reconociendo y aceptando tanto lo bueno como lo malo que habita en nosotros, simples conceptos que no defines una realidad única.
El silencio interior no es una entelequia, apta solo para iniciados, ni un ejercicio exclusivo de las prácticas espirituales o el ascetismo. Ha sido objeto de estudio por diversas disciplinas científicas, como la psicología, la neurociencia o la medicina, encontrándose beneficios importantes respaldados por evidencias y estudios rigurosos. Entre ellos: la reducción del estrés, la mejoría de la salud física y psíquica, el incremento de la capacidad de concentración y atención, el fomento de la creatividad, una mejor gestión de las emociones, mejora del sueño y la energía diaria o la mejora de las relaciones.
Todos y todas nos hemos asomado en algún momento a ese lugar de sosiego, guiados por experiencias que, de alguna forma, nos han hecho resonar con ese espacio de paz y felicidad:
Un amanecer especial, cuando te despiertas antes que el mundo comience a vibrar a tu alrededor. La casa está en silencio, la luz del amanecer apenas comienza a filtrarse por las ventanas… Momentos de quietud y serenidad en que has sentido la calma más profunda.
Un paseo por la naturaleza, sumergid@ en el bosque o caminando por la orilla del mar, lejos del bullicio de la ciudad y dejando atrás tus preocupaciones. La inmensidad y la belleza de la naturaleza te invitan a conectar contigo mism@, a respirar profundo y descubrir ese silencio interior que anhelas.
La lectura de un libro inspirador. Cuando las páginas de un libro te atrapan y el mundo desaparece a tu alrededor, te sientes absorbido completamente por la historia. En esos momentos, el silencio interior se manifiesta como una profunda conexión con las palabras y los sentimientos que evocan en tu corazón.
Una conversación honesta, charlas profundas y sinceras con un amigo cercano o un ser querido, donde las palabras y los sentimientos fluyen y el tiempo parece detenerse. En esos momentos de autenticidad y conexión humana, puedes experimentar una sensación de paz y plenitud que emana de un silencio interior compartido.
El abrazo de un ser querido. Arropad@ en los brazos de alguien que amas, sintiendo el calor de su cuerpo y la ternura de su abrazo. En ese momento de intimidad y conexión, el silencio interior se manifiesta como una profunda sensación de seguridad y amor que envuelve tu corazón.
Todas estas experiencias, tan comunes y compartidas, no son más que la punta del iceberg que deja entrever la totalidad de lo que somos. Una plenitud que se manifiesta en todo su poder cuando el silencio domina nuestro estado mental.
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