A modo de aclaración: este artículo trata un tema escabroso, con muchas connotaciones negativas. Algo que todos y todas hemos sufrido, y seguimos haciéndolo, en algún momento. Otros pocos (o no tan pocos) lo viven de manera permanente, o casi. Es para ellos y ellas, en especial, que me he decidido a escribir lo que sigue, porque creo (estoy totalmente convencido) de que su «enfermedad» tiene tratamiento y puede ser curada de manera relativamente simple, con el único condicionante de estar dispuesto a dar el primer paso. La recompensa es extraordinaria: un nuevo mundo se abre ante quién toma el camino de la luz frente al de la oscuridad. Y ahora comencemos…
Victimismo crónico: personas que se lamentan continuamente
Decimos que una persona está en modo víctima cuando se cronifican sus actitudes de queja. Todos, en algún momento, nos sentimos víctimas por algo o por alguien. Es natural e incluso terapéutico adoptar este papel por un tiempo. Es una actitud que forma parte del proceso de adaptación frente a situaciones no deseadas. En este sentido, sentirse maltratado por las circunstancias y elevar una queja al infinito, de vez en cuando, resulta beneficioso como medio de descarga emocional.
Sin embargo, como todo, o casi, todo, remedio curativo, este también puede presentar efectos secundarios tóxicos, que se dan, en este caso, cuando cronificamos las actitudes victimistas convirtiéndolas en parte habitual de nuestro comportamiento.
La psicología detrás de la queja: el ciclo del victimismo
La queja constante, realizada de manera habitual, acaba por convertirse en un círculo vicioso que se alimenta de una percepción negativa de las vivencias personales. Quienes adoptan esta actitud de manera persistente son personas que suelen:
- Centrarse en lo negativo, ignorando o minusvalorando los aspectos positivos de sus experiencias.
- Buscar la validación externa, en general. Y el reconocimiento de su sufrimiento, de modo particular.
- Evitar sentirse responsables de sus vidas, atribuyendo a factores externos la causa de sus desgracias y dificultades.
- Presentar una actitud recelosa frente a los demás. Por esto, comparten un afán, que roza la morbosidad, por sentirse receptoras de agravios por nimios que sean. Así, terminan por desarrollar una hipersensibilidad hacia el devenir que les hace ver tormentas por todas partes.
- Ser incapaces de realizar una autocrítica sincera. Son de los que no aceptan las críticas, sean o no constructivas
Este modo de ver la vida perpetúa en la persona un estado de insatisfacción constante, siendo fácil que termine por arrastrarla, a través de una espiral descendente, hacia un abismo del que se siente incapaz de salir.
La queja, como actitud vital, bebe de distintas fuentes. Varios son los factores que pueden dar lugar a constituir esta característica de la personalidad. Entre ellos:
- Experiencias traumáticas: eventos dolorosos del pasado que no han sido procesados adecuadamente en su momento y dejan un poso amargo que impregna todo lo que toca.
- Modelos de comportamiento aprendidos en los primeros años de vida de figuras de autoridad (padres, educadores, amigos influyentes…) e imitados de manera inconsciente.
- Carencia de habilidades para enfrentar dificultades: incapacidad para manejar el estrés y los desafíos de manera efectiva.
Consecuencias de la queja constante
Resulta indudable que, para que exista el rol de víctima, tiene que existir necesariamente el de verdugo. El primero actuando como maltratado, y el segundo como maltratador. Es este arquetipo victima-verdugo, grabado a fuego en nuestra piel, el leitmotiv que nos impulsa, como víctimas, a buscar culpables (verdugos) fuera de nosotros mismos. Un rol para el que podemos nominar a otras personas, la suerte (la mala suerte, en este caso), el azar, Dios, el Estado o cualquier otra entidad concreta o abstracta, que podamos considerar fuente de infortunios, asumiendo el papel de verdugo personal.
Esta falacia lógica con la que la víctima pretende justificar sus desgracias la imposibilita para encontrar soluciones a sus problemas, delegando su poder para reaccionar en un ente externo, fuera de su control y dueño y señor, por tanto, de los avatares de su vida.
Efectos secundarios de una queja constante
Los efectos secundarios que genera el pernicioso hábito de la queja crónica son enormemente destructivos:
- Menoscabo de la capacidad de disfrute: cuando a casi todo le encontramos un «pero», difícilmente vamos a ser capaces de vivir experiencias placenteras en toda su intensidad. Nos convertimos en eternos descontentos con todo y con todos.
- Impacto negativo en la salud física y mental: diversos estudios clínicos han puesto de manifiesto que el estrés crónico, la ansiedad y la depresión se ven favorecidas por la actitud victimista. Pero no solo el bienestar mental se ve amenazado. La ya incuestionable y profunda interrelación mente-cuerpo, puesta de manifiesto por diversas disciplinas científicas de reciente aparición, como la PNIE o las neurociencias, hace que la probabilidad de manifestación de enfermedades crónicas en personas con este tipo de comportamiento aumente significativamente. Los niveles de serotonina (la hormona del bienestar) y el buen funcionamiento del sistema inmunitario se ven claramente perjudicados por este tipo de actitudes. Sin pretender entrar en más detalles, no hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor: ¿cómo está la salud de las personas que conoces con tendencia a sentirse víctimas?: No muy bien, ¿verdad?
- Efectos en las relaciones interpersonales: Las personas que se quejan con frecuencia acaban por alejar a familiares y amigos, hartos de soportar su pesada y ponzoñosa carga emocional, además de generar un ambiente tóxico a su alrededor que acaba por resultar insoportable para la convivencia.
En definitiva, cuando la queja se convierte en hábito, estaremos trabajando duro para convertirnos en personas infelices y enfermas. De nosotros depende el conseguirlo o no, en función del tiempo y el esfuerzo que dediquemos a ello.
Pero no todo va a resultar negativo en este artículo (ya lo decíamos al principio). Hasta aquí los hechos. En adelante, las soluciones…
Estrategias para superar la queja
El primer paso para escapar de esta trampa mortal, a la que nos lleva el lamento constante, está en hacerse consciente del problema. Para ello necesitaré analizar mi comportamiento para valorar el porcentaje en que este patrón victimista está afectando a mi vida: ¿me quejo con frecuencia de casi todo (el tiempo, el dinero, la salud, mis hijos, mi pareja, la suerte, la vida…) o solo por períodos cortos?
Esta, la autoconciencia, es condición sine qua non para generar un cambio de comportamiento. Si no existe conciencia y asunción del hecho, no puede haber alternativa de cambio.
El tratamiento del victimismo pasa por modificar patrones de pensamiento profundamente arraigados en la persona, esquemas de pensamiento que llevan décadas ejerciendo su papel demoledor. En concreto:
- Desarrollar una mentalidad positiva, aprendiendo a confiar y a generar confianza, en vez de considerar el mundo como un lugar hostil.
- Eliminar los «pero» del lenguaje habitual, sustituyéndolos por una actitud proactiva (hacer más y pensar menos).
- Transformar el sentimiento de culpa (propia y ajena) mediante una comprensión realista de las situaciones.
- Aprender a disfrutar de lo que nos llega, dejándonos llevar por las circunstancias en vez de tratar de amoldarlas a nuestro antojo.
- Cultivar relaciones saludables, rodeándose de personas que aporten bienestar y seleccionando ambientes que nos hagan sentir bien. A este efecto, viene bien recordar un dicho atribuido al Dalai Lama: «Deja ir a las personas que solo llegan para compartir quejas, problemas, dramas, miedo y críticas. Si alguién busca un cubo para echar su basura, procura que no sea en tu mente»
Y, para terminar, antes de dejar un enlace para quienes deseen adentrarse en el camino de la superación de la queja y el lamento permanentes, remarcar que ser víctima nunca es una elección consciente, sino obligada por una interpretación equivocada de las circunstancias desfavorables. Sin embargo, este hecho no debe servir de disculpa para permanecer en el pozo. La salida está justo delante, solo hay que levantarse y decidirse a dar el paso.