El poder del agradecimiento

Mucho se ha escrito sobre la gratitud y sus beneficios. Un acto que no solo aporta bendiciones a quien la recibe, sino que favorece, sobre todo, a la persona emisora.

Cuando agradecemos, valoramos, somos conscientes de todo lo bueno que hay en nuestra vida, nos enfocamos en lo positivo, nos abrimos a la abundancia, dejamos ir lo que nos perturba, nos llenamos de energía creativa y potenciamos lo mejor que hay en nosotros.

Ser agradecido, como actitud vital, aleja el pernicioso hábito de la queja, una manera de enfocar los acontecimientos que solo nos trae malhumor, desesperanza, hastío, además de dejarnos en el peor de los escenarios para resolver con éxito las dificultades que se nos presenten.

Podemos dar gracias por cientos de razones: estar vivos, tener salud, sentirse querid@, disfrutar del sol o del radiante color de las flores, tener cubiertas las necesidades básicas, disfrutar de una ducha caliente, y por un sinfín eterno de cosas que nos hacen sentir bien. Sin embargo, la rutina diaria, los imprevistos y las dificultades con las que tenemos que lidiar cada jornada, terminan por volvernos insensibles a todo lo bueno que se nos cruza en el camino.

Es una mera cuestión de enfoque. Puedo centrarme en aquello en lo que tropiezo, se me tuerce o rompe mis expectativas, o, bien, prestar una atención preferente a todo lo que genera en mi bienestar, placer, paz, confianza o amor. Si mi radar personal está orientado para detectar lo primero, sentiré que la vida es difícil, trabajosa, complicada, me sentiré cansado a menudo, tendré pocas oportunidades de divertirme y apenas me atreveré a emprender cosas nuevas. Si, por el contrario, suelo enfocarme en lo segundo, dispondré de más energía de reserva para acometer los retos, disfrutaré más de lo que hago, tomaré mejores decisiones y estaré en disposición de ver y aprovechar las oportunidades.

Se trata de elegir entre la sonrisa o el enfado, entre la confianza o la amargura, entre darnos la oportunidad de ser felices o pretender llenar nuestra vida de basura emocional. La realidad, a pesar de que va en contra del sentido común, es que muchas veces elegimos el enojo, el berrinche, la pesadumbre, la desconfianza y el sufrimiento emocional, antes que todo aquello que pueda hacernos sentir en paz y a gusto con nosotros mismos.

Nos dominan los pensamientos negativos, disfuncionales, trágicos, preocupantes, por encima de aquellos otros que nos traen tranquilidad y concordia. Los medios de comunicación saben, a ciencia cierta, que siempre venderán mejor si lo que comunican viene teñido de catástrofe, miedo o preocupación de cualquier tipo. También las películas con contenido dramático o violento atraen más público que aquellas que se mueven por terrenos menos abruptos.

¿Cuál es la causa de esta actuación masoquista y cuál puede ser la salida?

La causa está probablemente en nuestro concepto de la vida. Una creencia grabada a fuego en la piel del ser humano y que ha sido forjada durante años por medio de la educación recibida y la cultura heredada (padres, colegio, amigos, sociedad). Arrastramos la convicción de que vivimos en un valle de lágrimas, un lugar peligroso donde tenemos que mantenernos alerta ante la posibilidad inesperada de la llegada de cualquier peligro o desgracia, un espacio donde la maldad del ser humano es mayor que su capacidad de hacer el bien (concepto que ha sido extendido hasta la saciedad por la religión organizada).

Lo paradójico es que ambas orientaciones acaban por resultar correctas. Si pienso en un universo hostil, así será y así viviré mis experiencias. Si por la contra, reivindico un cosmos amigable y bondadoso, este será el sabor que tendrán los acontecimientos que me lleguen. Como dijo el gran físico del siglo XX A. Einstein (su faceta metafísica es menos conocida): “La decisión más importante que los seres humanos debemos tomar es si creemos que vivimos en un universo amigable u hostil”.

La gratitud nos conduce, en un viaje sin retorno, por el sendero de la confianza, de la creencia en un entorno amigable donde las oportunidades surgen de poner la atención en lo que nos hace sentir bien, de tomar la decisión de habitar un mundo de luz, de paz, de liberación, donde las dificultades son retos a superar para ganar en capacidad, y no enemigos a combatir para sobrevivir.

Tal es el poder de la gratitud.

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