Y si…

La verdad os hará libres (juan 8:32)

¿Qué es realidad?, ¿Qué es ensoñación?, ¿Quién establece la diferencia entre una y otra?

Son preguntas que todos nos hemos hecho en alguna ocasión y qué apuntan a respuestas diversas en función del particular modelo de mundo de cada persona. Han sido objeto de indagación (y siguen siéndolo) por parte de la filosofía, las disciplinas espirituales y, más recientemente, por el estamento científico a través de una nueva rama: la neurociencia.

Investigaciones recientes apuntan a que la mente no es capaz de distinguir entre lo que llamamos realidad y lo que identificamos como imaginario. Todo lo que aparece dentro de su escenario psicológico existe y, por tanto, es real. Hay muchos situaciones en las que podemos validar esta afirmación.

Mientras soñamos, por ejemplo, vivimos como real lo que es una pura creación mental, hasta el punto de poder experimentar reacciones físicas y emocionales considerables (muy evidentes en las llamadas pesadillas). También, las preocupaciones persistentes son una fuente de irrealidad poderosa, que pueden hacernos vivir, de manera angustiosa, situaciones puramente imaginarias (anticipaciones de futuro). Otro ejemplo se da con el cine. Resulta fácil convertirnos protagonistas de alguna película que nos enganche, hasta el punto de sentir y padecer, a nivel mental, las mismas experiencias que los actores. Otra evidencia, más intensa si cabe, es la proporcionada por ciertas sustancias psicotrópicas, capaces de hacernos viajar por mundos que creemos auténticos, a pesar de que intelectualmente los consideremos fruto de la imaginación.

La clasificación real-no real es más un acuerdo cultural (y social) que un hecho objetivo. Cuando somos niños se nos educa para moldear el mundo de una determinada manera. Aprendemos a nombrar los objetos y sus cualidades (color, textura, utilidad), a distinguir lo posible de lo imposible, a diferenciar el yo del otro, a interpretar los comportamientos y, en definitiva, a construir un universo de objetos hecho a imagen y semejanza de la sociedad en la que nos ha tocado vivir.

Terminamos por creer que lo percibido a través de los sentidos es el Todo, lo único que existe, la realidad, a pesar de que sabemos que nuestros órganos sensoriales son capaces de captar tan solo una reducida y simplificada parte de todo lo que existe. Los aparatos de análisis y medida construidos por el ser humano, capaces de ir más allá de nuestro rango de sensibilidad, así nos lo indican, mostrándonos un universo desconocido para los sentidos y que, sin embargo, es real. ¿Qué tanto de mundos aún no captados por nuestras máquinas se estarán escapando del conocimiento humano?

¿Y si lo que veo, oigo, huelo y toco fuese una creación mental proyectada? Una representación fabricada por mi mente que me impulsa a creer que está afuera, cuando, en realidad, nace de dentro

¿Y si todos mis afanes, esfuerzos, luchas, preocupaciones, miedos y esperanzas no fuesen más que un diálogo conmigo mismo?

¿Y si cuando me enfado, discuto, critico o me vengo de otro ser humano, en realidad, estoy haciéndolo conmigo mismo?

¿Y si, en realidad, estoy viéndome a mi mism@ a través de los demás?

¿Y si, al igual que soy creador de este mundo actual, pudiese crear cualquier otro mundo (más pacífico, más alegre, más solidario, más feliz)?

¿Y si cambiando mi mundo cambiase el mundo?

Todo lo que percibimos es un modelo limitado e inexacto de lo que hay ahí fuera. Podríamos decir que es una proyección mental y no un hecho físico objetivo. Es, nada más (y nada menos) que una recreación personal de lo que es, hecha con retales sensoriales y objetos mentales. Bajo este punto de vista es real, pero no es la realidad.

Pero, a efectos prácticos, ¿de qué puede servirme todo esto? ¿Es una mera cuestión de filosofía o puede afectar a mi vida de alguna manera?

Puede hacerlo y en un alto grado. Ser conscientes de que lo que llamamos realidad no es más que una construcción que nuestra mente hace a partir de los miles de datos que recibe del exterior, nos permite rebajar la importancia de todo lo que nos sucede y vivir de una manera mucho más fluida y natural. No tiene sentido sufrir, rebelarse o temer a lo que es nuestra propia creación: una película en la que somos los directores, cámaras y actores. Un guion construido, inconscientemente, por nosotros mismos, como un modo de ordenar y aclarar la enorme cantidad de información que nos llega. Una manera de evitar el volvernos locos ante la miríada de datos que inundan cada segundo de nuestras vidas.

El error está en tomárselo demasiado en serio, en vivir la película como si fuese real, cuando sabemos que contiene grandes porciones de ficción. El error está en sufrir, en temer, en preocuparse por un futuro del que somos coautores junto con la Vida. El error está en empeñarse en actuar, en ocultar, en disimular, cuando estamos experimentando nuestro propio guion. Bajo este nuevo escenario, la importancia personal desaparece, deja de tener sentido. A cambio podemos sentirnos libres para mostrarnos tal cual somos, sin complejos, sin miedo al que dirán, sin preocupación por el futuro y capaces de sentirnos libres para disfrutar plenamente del mundo que hemos construido.

Para todo esto, y mucho más, nos sirve ser conscientes que lo que vemos, oímos y sentimos es un reflejo de nosotros mismos proyectado hacia el exterior. También nos sirve para darnos cuenta de que podemos cambiar el guion, la escena y, por tanto, el mundo en el que vivimos. Para hacerlo necesitamos mirar con otros ojos, centrar la atención en otras cosas, ver lo que deseamos ver y dejar de potenciar lo que no queremos, mediante la crítica, la queja y el pesimismo.

No puedo por menos que citar dos frases para culminar y responder a tantas preguntas que nos hemos hecho a lo largo de este artículo.

Cuando cambias tu forma de ver las cosas, las cosas que ves cambian (Wayne Dyer)

La verdad os hará libres (Juan 8:32)

Y es esta frase del Nuevo Testamento la que adquiere todo el sentido al reflexionar sobre la libertad ganada al conocer la verdad: tu mundo es tu proyección.

La libertad asociada con esta nueva manera de interpretar lo que percibo, me capacita para desprenderme de fardos inútiles y sentirme libre para actuar según los dictados de mi corazón. Nada tengo que perder salvo algunas páginas dolorosas de mi historia personal.

Yo soy el creador y, por tanto, capaz de modificar, mejorar y armonizar mi universo.

Puedes encontrar algunas ideas para lograrlo, pulsando AQUÍ.
Comparte este contenido

Deja un comentario