El Qué, el Cómo y el Cuándo

Si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría (Mateo 17, 14-20)

Foto de Cody King

Cuando tenemos un objetivo en mente y hemos decidido llevarlo a cabo, solemos preguntarnos, de manera inmediata, por el cómo. Iniciamos un proceso de búsqueda mental con el fin de encontrar la forma de convertirlo en realidad. Esto es algo natural, consecuencia de saber que necesitamos hacer algo para materializar lo que deseamos. Un modo de proceder tan antiguo como la humanidad que nos permite pasar del mundo de las ideas al reino de la forma.

A pesar de la aplastante lógica de este razonamiento, hay algo en él que no funciona exactamente así. Un punto débil que puede constituir la diferencia entre el éxito o el fracaso. Entre ser persistente hasta llegar a la meta (éxito) o abandonar, abrumad@ por las dificultades (fracaso).

Centrarnos en exceso en el cómo, o anteponerlo al qué (mi objetivo) puede dificultar enormemente el camino que conduce a la meta. En el primer caso, nos desvía de la ruta, terminando por extraviarnos, y en el segundo, ni siquiera nos atreveremos a iniciar el recorrido.

El cómo voy a hacerlo es siempre secundario en las primeras fases de cualquier proceso de cambio o establecimiento de objetivos. Lo esencial para esta fase es tener claro a donde quiero llegar. Definir con precisión el punto de destino, evitando generalizaciones (quiero tener un millón de euros en vez de quiero ser rico) y analizando lo idóneo que será para mi (¿en realidad va a mejorar mi calidad de vida?).

Si, al mismo tiempo, que trato de fijar lo que deseo conseguir, me pregunto cómo voy a hacerlo (su viabilidad), me estaré centrando más en las posibles dificultades del camino que en lo que deseo alcanzar. Así, es muy probable que los peros acaben por hacerme desistir, ya que mi atención estará más dirigida a los contras que a los pros.

La clave siempre está en mantener el foco. Centrar la mente en el objeto de mi interés, en la meta marcada. Conservar una imagen mental de lo que deseo conseguir, fijada de manera indeleble en mi mente, y alimentada de una poderosa fe en su consecución, en la seguridad de que está ahí para mí, en que llegaré sea como sea.

El cómo llegará por si solo. No necesito buscarlo ni pensar en él. Mi mente lo hará por mi si le muestro el QUÉ de manera continuada (manteniendo el foco). En algún momento, antes o después, la solución, el cómo, me será mostrado de manera clara e inequívoca. Llegará como una imagen, un encuentro casual, un libro o una llamada telefónica. No importa la forma en que se presente, pero podemos estar segur@s de que llegará. Hacerlo de otra manera, involucrándonos y esforzándonos por encontrar caminos de ejecución, solo conseguirá retrasar y dificultar el proceso. La mente funciona sola. No necesitamos forzarla, atosigarla ni presionarla. Trabaja mejor si la dejamos a su aire. Solo necesita tener claro el objetivo y esto lo logramos si somos persistentes en mostrarle cuál es.

Por supuesto que necesitaremos un plan para llevar a efecto cualquier objetivo que nos planteemos. Resulta evidente que precisamos actuar en el mundo de la forma para materializar nuestras ideas, pero no debemos precipitarnos en su búsqueda. Resulta más acertado permitir que sean nuestros mejores recursos, trabajando sin interferencias (sin miedos ni ansias ni peros) quienes lleguen a establecerlo.

Otro error muy común se da al enfocarnos en el cuándo. Sucede si nos impacientamos, si queremos resultados ya (una actitud frecuente en la cultura de lo inmediato). Nos vamos desinflando, al ver que pasan los días sin resultados, inmersos en un sinfín de dificultades, y comenzamos a dudar de nuestras posibilidades, de la viabilidad de lo que nos hemos propuesto. Este cuando, que nace de la impaciencia y la duda, es enormemente desmotivador. Nos hace centrarnos en las dificultades (al igual que el cómo a destiempo).

Por supuesto que necesitamos un plan organizado en el tiempo para cualquier proyecto que queramos emprender, y para ello será necesario preguntarnos por el cuándo. Pero a su tiempo y solo para organizar las tareas. Sin prisas, sin ansias, sin dudas, manteniéndonos, siempre, en el foco del QUÉ.

Cuando y cómo son compañeros de viaje, bienvenidos y necesarios, pero el líder, el guía, el pasajero de primera clase es el QUÉ. Es a él a quién hay que mimar, apoyar, animar y potenciar por encima de todo lo demás, porque en él radica el éxito de la misión, sea ésta cual sea.

En el proceso de alcanzar cualquier meta que nos propongamos el valor añadido está en mantener la visión del objetivo de manera permanente, sentir como si ya hubiésemos llegado al destino y comportarnos de acuerdo con ello. En definitiva, se trata de aferrarnos al destino marcado sin permitir que nada ni nadie nos desvíe. Es un ejercicio de fe en nosotros mismos, en la Vida y en el poder de la persistencia, Todos los grandes logros de la humanidad, todos los descubrimientos importantes han bebido de esta fe, de esta tenacidad para seguir adelante pese a lo que sea. El QUÉ ha sido su guía. El cómo su ayudante de campo siempre a sus órdenes y unos cuantos pasos por detrás, evitando usurpar el protagonismo. El cuándo, mantenido en un discreto segundo plano, habrá servido para organizar las tareas en el tiempo y nunca para crear tensión ante la impaciencia de llegar.

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