Tener una vida relajada y en la que el disfrute forme parte de lo cotidiano, debiera ser lo normal para todo ser humano que tenga cubiertas sus necesidades básicas. Sin embargo, no es esto lo que ocurre. Lo habitual es que la insatisfacción, la preocupación, el miedo o la frustración formen parte de la jornada de una mayoría. Y no es porque falte algo (seguimos hablando de quienes tenemos nuestras necesidades vitales cubiertas), sino porque sobran cosas.
¿Qué es lo que sobra? ¿Qué es lo que nos impide disfrutar de paz y felicidad la mayor parte del tiempo? ¿Qué debiéramos eliminar y qué potenciar?
No cabe duda, a poco que reflexionemos sobre ello, que la mayoría no tenemos razones de peso que nos impidan disfrutar de nuestros días y noches. Sí, ya sé, ya sé que tu tienes este problema y yo aquel otro. Pero ¿crees, de verdad, que estas pequeñas sombras son suficientes para ocultar el sol de la Vida? ¡Sé sincer@!
Un excelente ejercicio para darnos cuenta de todo esto es elaborar una lista con todas aquellas cosas que echamos en falta (te animo a que lo hagas porque te sorprenderá el resultado). Incluiremos, también, todo aquello de lo que nos quejamos, nos quita el sueño o nos sirve de disculpa para ocultar nuestra maravillosa sonrisa. Si, una vez terminada, dedicamos unos minutos a repasarla, nos daremos cuenta enseguida de que todas o casi todas estas cosas, a las que hemos dado el poder de frenar nuestra alegría, tienen que ver con asuntos que o bien no nos conciernen, o están fuera de nuestro control o sencillamente les hemos dotado de una relevancia que no tienen. Sin embargo, las «disculpas» para no vivir como debemos se han convertido en el alma mater de nuestras justificaciones para no ser felices, al menos la mayoría del tiempo.
Entre las «cosas» que nos impiden VIVIR (con mayúsculas) podemos citar las siguientes:
Exceso de preocupaciones: solemos prestar excesiva atención a cosas que están en un futuro imaginado, fuera de nuestro control, lo que nos lleva a sentirnos estresados y ansiosos.
Comparaciones constantes: al compararnos con los demás, es fácil que terminemos por sentirnos insatisfechos de nuestra vida, frustrados por «no tener» o «no ser» como algún otro, sin darnos cuenta de que ya somos lo que deseamos. Solo que no nos damos la oportunidad de manifestarlo, hipnotizados por lo que el otro tiene o es más que nosotros. Un espejismo fomentado por una sociedad que identifica éxito con popularidad y triunfo con posesión.
Falta de gratitud: no apreciar lo que ya tenemos y centrarnos en lo que nos falta nos instala en un sentimiento de insatisfacción permanente. Al igual que centrarnos en los «problemas» (que poco me gusta este término) nos impide descubrir las soluciones. La gratitud es la esencia de la abundancia, la actitud que atrae aquello que agradecemos, al igual que la queja atrae aquello de lo que nos quejamos.
Expectativas exageradas: establecer expectativas, en general, tanto sobre nosotros y nuestros planes como sobre el comportamiento de los demás, termina por generar frustración y decepción cuando nuestras expectativas no se cumplen. Está bien tener planes, tener un rumbo hacia el que dirigirse, pero sin que alcanzar la meta se convierta en una condición sine qua non para sentirnos bien, a gusto con nosotros mismo y dispuestos a disfrutar de nuestra vida sean cuales sean los resultados. Tampoco podemos basar nuestro bienestar en que este o aquel respondan a nuestros intereses y deseos. Un error que solo nos aportará decepciones y frustración.
Falta de equilibrio personal: No dedicar tiempo suficiente al autocuidado y a las actividades que nos proporcionan alegría afecta a nuestra salud mental y emocional. Cuidarnos, mimarnos, atendernos y escucharnos es el eje central de una vida plena. Sin ello, no solo estamos poniendo muros a nuestra propia felicidad, sino haciendo que la de los demás se vea reducida, pues todos, absolutamente todos y todas, estamos interconectados por una red de energía invisible en la que las emociones y los pensamientos son compartidos.
Los malos hábitos con los que convivimos a diario, y que nos impiden vivir una vida más relajada y divertida, pueden ser contrarrestados, como no, con el ejercicio de actitudes más positivas y saludables. Entre ellas se destacan las siguientes:
Vivir en el presente: estar en el aquí y el ahora, atentos a lo que hacemos, sin que nuestros pensamientos vayan por otro lado, moviéndose entre el pasado y el futuro. Solo existe el presente, lo que está ocurriendo en este mismo instante. Los demás son recuerdos o previsiones que dispersan la atención. Es necesario, en ciertos momentos, retrotraerse al pasado o hacer planes de futuro. Nos hace falta para vivir en este mundo, pero el tiempo que dedicamos a ello es mucho mayor que el que resultaría necesario. Perdemos muchos instantes en recuerdos inútiles o anticipaciones que a nada conducen más que a generar confusión, preocupación y caos mental. Vivir en el presente la mayoría del tiempo es lo natural, lo práctico, lo que no solo nos aportará mayor paz y felicidad, sino que contribuirá a que nuestras capacidades mentales funcionen de manera óptima.
Practicar el arte de la gratitud: para combatir en sus raíces el vicio de la queja, una praxis tan extendida que hasta nos parece normal, aunque se trate, en realidad, de un demonio que se nutre del pernicioso hábito de compararme con otros. Saber valorar lo que somos y lo que tenemos, mostrándonos agradecid@s por ello, es el mejor antídoto contra la mala costumbre de la comparación. Solo podemos medirnos contra nosotros mismos. Lo demás son entelequias mentales sin base alguna.
Desapegarse de los resultados y dejar vivir: queremos conseguir a toda costa que nuestros planes y expectativas se cumplan, lo que genera altos niveles de estrés. Aprender a disfrutar del camino en vez de empecinarse con el destino es la receta mágica para ser más felices, al tiempo que logramos, paradójicamente, mejores resultados. También, dejar de tener expectativas respecto al comportamiento ajeno, no solo eliminará el disgusto y la frustración que sentimos cuando alguién no se amolda a nuestros deseos, sino que hará que la otra persona gane en libertad y naturalidad. Un cambio que conseguirá que ambos nos aproximemos y aceptemos en mayor grado.
Cuidar el propio bienestar: Hacer ejercicio regularmente, dormir lo suficiente y practicar técnicas de manejo del estrés, como la meditación o la respiración profunda, son aspectos fundamentales para un adecuado estado de bienestar, tanto físico como emocional. Si no cuidamos las bases para nuestro organismo funcione adecuadamente, ¿cómo vamos a pretender sentirnos bien?
Cultivar relaciones significativas: pasando tiempo con personas que nos apoyen y nos hagan sentir valiosos, y eludiendo relaciones tóxicas que solo sirven para envenenarnos la sangre. También, evitar decir «si» cuando queremos decir «no» es un paso de gigante para recuperar la paz interior y la autovaloración.
Terminamos este repaso a aquellas «cosas» que se interponen entre nosotros y el estado de paz y felicidad que nos merecemos (un derecho de nacimiento), con un ejemplo de lo que sería un día cualquiera de una persona que se ha propuesto disfrutar de su vida:
- Se despierta temprano y dedica unos minutos a agradecer todo aquello que es importante para ella.
- Se levanta de manera relajada, sin prisas, después de haber realizado una pequeña meditación o unas cuantas respiraciones profundas para enfrentar el día con energía.
- Realiza su rutina diaria de ejercicios con el fin de desentumecer el cuerpo y prepararlo para el día que comienza.
- Hace un rápido repaso a sus objetivos para esta jornada, estableciendo la mejor secuencia para poder llevarlos a cabo de una manera eficiente y tranquila (si tiene la buena práctica de programar la semana, aprovechará estos minutos para revisar como va su ejecución).
- Disfruta de un desayuno relajado (si es que no practica la dieta intermitente) y rico en nutrientes que le proporcione la energía necesaria para todo aquello que se propone realizar.
- Realiza su trabajo, tarea, gestiones o cualquier otra ocupación que constituya su principal actividad de la mañana de una manera sosegada, con plena atención a lo que hace en cada momento (vive el presente) y permitiéndose paradas entre los cambios de actividad (así recarga pilas). Mantiene relaciones cordiales con aquellas personas con las que interactúa, sin olvidarse de lo importante que es decir «no» cuando es «no».
- Al final de una mañana plena de actividad, se regala unos minutos de silencio para relajarse, meditar, escuchar música suave o hacer respiraciones profundas. Un modo de establecer un antes y un después entre los diferentes momentos del día.
- Tras la comida, se toma un tiempo para reposar y prepararse para la actividad de la tarde.
- Cuando finaliza su jornada (normalmente en la tarde), dedica un tiempo, que considera sagrado e irrenunciable, a disfrutar de aquellas cosas que le motivan especialmente (aficiones, centros de interés, etc.). De este modo fortalece su disposición a ser feliz y disfrutar de su vida.
- Antes de dormir hace un repaso del día: reflexiona sobre lo positivo, lo negativo, los aprendizajes y las oportunidades que esta jornada le ha brindado. Si dispone de un diario (actividad muy recomendable) anota sus conclusiones.
Este es solo un ejemplo simplificado, por supuesto. Las variaciones son infinitas, tantas como seres humanos. Sin embargo, hay dos aspectos que estarán presentes, como factor común de todas las variaciones, y que son esenciales para una vida relajada y divertida:
- Hacer las cosas a baja velocidad, saboreándolas, prestando atención al momento y dándose tiempos de reposo y silencio a lo largo del día.
- Realizar actividades gratificantes diariamente y valorar, agradeciendo, todas las bendiciones de las que uno disfruta.
Una receta mágica para convertir la vida en un viaje maravilloso hacia un universo de paz y felicidad. ¿Existe algo más importante en la vida de una persona?
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