Elegir las preguntas adecuadas puede marcar la diferencia entre obtener respuestas satisfactorias o, por el contrario, recibir una información irrelevante. Y esto se aplica, también, a aquellas cuestiones que van dirigidas hacia nosotros mismos.
Si prestamos un poco de atención, nos daremos cuenta de la gran cantidad de preguntas que nos hacemos a lo largo de la jornada. Algunas para solucionar el día a día (¿Qué ropa debo ponerme? ¿Qué voy a cocinar mañana? ¿Debo comprarlo o no?) y otras para resolver asuntos más trascendentes (¿Es la persona adecuada para mí?, ¿En qué estudios voy a matricularme?).
Es a estas cuestiones de mayor relevancia y con más impacto en nuestra vida a las que debemos prestar una atención especial a la hora de escoger la sintaxis correcta. Viene a cuento recordar las palabras de Albert Einstein: “Si yo tuviera una hora para resolver un problema, y mi vida dependiera de la solución, gastaría los primeros 55 minutos en determinar la pregunta apropiada, porque una vez conociera la pregunta correcta, podría resolver el problema en menos de cinco minutos”. También Sócrates, maestro de maestros, tenía algo que decir al respecto: “Si se interroga a los seres humanos, con buenas preguntas, se puede llegar a descubrir la verdad de las cosas”.
Solemos dedicar muy poco tiempo a escoger el enfoque adecuado, y mucho a rebuscar en nuestra mente (a menudo, infructuosamente) en pos de soluciones. Un ejemplo claro de esto se da cuando nos preocupa algo. Damos vueltas y más vueltas sin encontrar salida alguna. No nos paramos a considerar que, tal vez, la solución la encontraremos si nos planteamos las cosas desde un punto de vista diferente, en vez de rumiar soluciones que no nos aportan nada.
El arte de preguntar bien se ejercita con la práctica (como todo). Es preciso dedicar tiempo a reflexionar antes de lanzarnos a la búsqueda de respuestas. Se trata de detallar y esculpir la frase adecuada antes que salir, con prisas, al encuentro de soluciones. No podemos conformarnos con lo primero que nos venga a la cabeza, especialmente cuando se trata de asuntos trascendentes para nuestra vida.
¿Estoy haciendo la pregunta adecuada?, ¿es esto exactamente lo que quiero saber?, ¿habrá otras formas más claras y simples de decir lo mismo bajo otra perspectiva? Hacernos este tipo de planteamientos nos ayudará a definir con precisión lo que necesitamos saber.
Cuando no encontramos salida, cuando no vemos la luz pese a habernos cuestionado una y otra vez un asunto, cuando parece que nos movemos en círculos sin llegar a nada concreto, es el momento de detener el caos mental que no nos lleva a ninguna parte y replantearnos si nos estaremos interrogando bien.
¿Podré con esto?, por ejemplo, se enfoca en el problema. Es una pregunta incapacitante, que nos hará sentir pequeños, escasos, temerosos y tal vez impotentes ante la situación que debemos afrontar. ¿Cómo podré con esto?, por el contrario, añade un matiz claramente diferenciador, porque estamos dando por supuesto que sí podemos, aunque no sepamos cómo. Esta pequeña variación de matiz en la frase inicial nos lleva a una gran diferencia en cuanto a actitud. La manera con que vamos a afrontar una determinada dificultad es totalmente distinta.
Los niños son unos auténticos maestros en el arte de enunciar grandes y poderosas preguntas. ¿Cuántas veces te has sentido desconcertad@ por las cuestiones que plantean y que a menudo no te sientes capaz de responder? Su secreto es la sencillez, la inocencia y la claridad a la hora de escoger sus enunciados.
Podemos aprender de ellos. Para hacerlo bien, necesitaremos, primero, desterrar la mala costumbre de complicarlo todo y recuperar la sencillez en las formas y en las acciones. Hay algunas cosas que puedes hacer para mejorar la calidad de tus autopreguntas:
- Presta más atención a lo que te dices y al cómo te lo dices. Pule la construcción de las frases, de manera que reflejen fielmente tus dudas, lo que necesitas saber. Refina la sintaxis, escúlpela, hasta que sientas que lo que te preguntas es exactamente lo que quieres saber.
- Evita la tendencia a lanzarte en pos de soluciones. Concédete una pausa primero. Navega hacia tu interior. Respira hondo y evita correr en pos de respuestas inmediatas. Frena el afán por reaccionar y espera. El tiempo que dediques a elaborar relajadamente la pregunta adecuada, se verá ampliamente recompensado por una mayor calidad de la respuesta.
- Repasa mentalmente todas las circunstancias que rodean al asunto que te preocupa. Céntrate en describir sus pormenores, de la manera más objetiva y aséptica posible. Este preámbulo facilitará la redacción de preguntas sabias que te lleven a soluciones, igualmente, sabias. Correr no vale la pena en este asunto.
- Evita el dejarte llevar por tu estado emocional. Solo interferirá y dificultará el trabajo de tu mente para crear la mejor pregunta. Confía, como el artista que está creando su obra: sin prisa por verla terminada. Solo le guía el afán de perfección, de lograr que su creación refleje lo que intenta manifestar. De igual modo, la maestría en el arte de preguntar es enemiga de la urgencia, la ansiedad y el miedo.
- Acostúmbrate a cuestionarte casi todo. Pon en duda tus creencias, suposiciones y juicios (sobre ti y los demás). Pregúntate sobre su validez, plantéate si podría ser de otro modo, busca nuevas maneras de mirar las cosas. Hazlo como un ejercicio habitual. Introduce esta rutina en tu vida. Te será útil para multitud de cosas y no solo para mejorar tu arte de hacer y hacerte preguntas inteligentes.
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