Vivir sin problemas

Hace ya un tiempo que alguien, muy querido, me regaló un tesoro de conocimiento que, por su utilidad y aplicación universal, me gustaría compartir contigo. Dice así:

No tengo problemas, solo asuntos que resolver. Los problemas se quedaron atrás, junto con mis preocupaciones y mis miedos.

Claro que siguen presentándose situaciones que debo acometer, acontecimientos ante los que debo reaccionar y eventos que necesito resolver. Pero esto no son problemas, son solo inconvenientes, retos, aprendizajes… algo consustancial con la vida misma.

Es la manera de tomarnos las cosas la que condiciona nuestros estados de ánimo y, por ende, la que propicia una respuesta más o menos afortunada ante las dificultades. Y son los pensamientos quienes gobiernan estas respuestas, propiciando que veamos el vaso medio lleno o medio vacío. 

Por mi parte, he decidido que estoy completo, que todo está bien, que nada especial tengo que hacer salvo VIVIR (con mayúsculas), que las prisas y los agobios no tienen cabida en mi manera de conducirme ante los desafíos. Y he resuelto, también, que, a partir de ahora, caminaré, centrado en el día a día, saboreándolo y permitiendo que la Vida me llegue en vez de ir a buscarla.

Mis únicos intereses se centran en aprender, en mejorar como ser humano, puliendo lo que me limita, mientras disfruto del camino venga lo que venga y pase lo que pase, porque me he dado cuenta de que yo no tengo problemas, solo cuestiones que resolver. Y sé que estas se resolverán, siempre, más rápido y mejor si soy capaz de fluir con ellas.

Creo que todo lo que preciso me es dado y lo que necesito saber me llega sin buscarlo, sea ahora o más adelante. Por ello, permanezco relajado y abierto ante lo que la vida tenga a bien traerme y mostrarme.

¡Qué enorme sensación de paz irradia esta idea!… ¡Qué inmenso poder tiene el pensamiento! Por esto, por su tremendo impacto en mi vida, he decidido quedarme tan solo con aquellos pensamientos que me apoyan, me ayudan, elevan mi espíritu y me llenan de gratitud ante la Vida. Y, por la contra, he resuelto relegar al olvido aquellos otros que me atemorizan, me crispan y, en definitiva, me hacen enfermar (de cuerpo y de alma).

He descubierto que el ingrediente esencial para poder ejercitarme y avanzar en este modo de vivir es la Confianza. Confiar en la Vida, en el futuro, en nosotros mismos y en que todo, absolutamente todo, sucederá de la mejor manera posible. Solo así descubriré las oportunidades que se esconden tras cada aparente inconveniente u obstáculo que pueda encontrarme.

Nos han educado en la cultura del enfrentamiento, de la competencia, de la lucha. Nos han hecho creer que el mundo es un lugar lleno de peligros y de batallas por librar, un espacio donde es mejor proveerse de armaduras y escudos con los que protegerse de los demás. Y son estas creencias las que fijan y cronifican las actitudes de defensa, las que nos hacen caminar con la lanza en ristre, preparados para asestar el primer golpe ante cualquier eventualidad. Son también estas mismas creencias las que nos hacen dudar de nosotros mismos y de los demás, las que nos llenan de resentimiento y nos impiden perdonar, las que pueblan nuestras horas de angustias y temores, y, en definitiva, las que no nos permiten vivir en paz porque esperan constantemente guerra.

Sin embargo, existe otra manera de ver el mundo, otro modo de encarar la realidad y de afrontar los acontecimientos: la que nos proporciona la CONFIANZA, siempre presta a esperar lo mejor o, al menos, a no esperar lo peor. Es esta actitud de CONFIANZA la que nos carga de energía, nos da fuerzas renovadas, aclara nuestra mente, nos provee de recursos casi ilimitados y nos hace ver el futuro con esperanza, visión imprescindible para lograr materializar todo lo que nos propongamos de una manera efectiva.

Cuando alguien que nos importa tiene confianza en nosotros, nuestras fuerzas y capacidades parecen multiplicarse por cien. Descubrimos, de pronto, todo aquello de lo que somos capaces y que habíamos olvidado en el baúl de las frustraciones diarias. Y cuando esta confianza nos acompaña de manera usual, sin necesidad de que los demás nos tengan que recordar lo mucho que valemos, nuestra vida adquiere otro color. Cada amanecer representa una nueva aventura, un siempre sorprendente y maravilloso mundo por descubrir. De alguna manera, nuestra visión vuelve a recuperar la frescura de los ojos de un niño, siempre ávido de novedades y sensaciones.

Desde que recibí este mensaje, he tratado de vivir con esta confianza permanente, desterrando preocupaciones y temores, relativizando los inconvenientes del día a día y buscando la utilidad y el aprendizaje detrás de cada situación. Y, aunque, en ocasiones vuelvo a caer en la tentación de creer que fuera hay una guerra, siempre acabo regresando al cálido y relajante refugio de la CONFIANZA para vivir, así, una vida SIN PROBLEMAS y en PAZ, por muy amenazadoras que se presenten las tormentas.

 

Te  propongo tres caminos para aumentar tu nivel de confianza

 

Comparte este contenido

Deja un comentario