Dedicamos una gran parte de nuestros esfuerzos a intentar doblegar la vida para que se adapte a lo que consideramos debería ser. Queremos que las cosas sucedan de una determinada manera, que los demás (en especial los que están más cerca) se comporten de acuerdo a nuestras expectativas, y que todo ocurra de tal manera que case con nuestros deseos.
Cuando esto no pasa (lo más habitual) empleamos las energías en tratar de reconducir los acontecimientos. Nos peleamos con la Vida para intentar que las cosas se ajusten a nuestro modelo mental, a pesar de que la realidad pueda mostrarnos un panorama completamente opuesto.
Es nuestra lucha del día a día contra el devenir, contra lo que se nos presenta y no nos gusta. Nos resistimos, nos quejamos, juzgamos, condenamos, nos enfadamos o nos enfrentamos con lo que nos llega, en un inútil intento por conseguir que los eventos se presenten de manera distinta a cómo lo hacen.
Sin embargo, por mucho que nos empecinemos, las cosas son como son, independientemente de que nos resistamos a admitirlas de mil y una formas diferentes. Los acontecimientos se desarrollan en forma de cadena continua de sucesos. A nuestro modo de ver, algunos nos resultan favorables y otros desfavorables. Es con respecto a estos últimos que nos enzarzamos en batallas mentales por negarlos, utilizando todos los medios que tenemos a nuestro alcance: enfado, irritación, queja, descalificación, o cualquier otra actitud que nos permita mantener cierto grado de separación y rechazo. Esto nos da una falsa sensación de poder, de solidez, de fuerza. Sin embargo, esta capacidad de oposición que creemos poseer no sirve más que para desgastarnos, en un inútil y titánico esfuerzo por nadar a contracorriente, negando los hechos tal cual se nos presentan.
Asumir lo que nos llega, evitando el enfrentamiento directo, no tiene nada que ver con el conformismo y la inacción, con permitir que los acontecimientos desfavorables nos inunden sin hacer nada para resolverlos. La reacción es necesaria en muchas ocasiones. Vivir exige tomar decisiones, ejercer determinadas acciones o adoptar comportamientos acordes.
Lo que sobra, lo que no aporta valor añadido alguno, además de consumir gran parte de nuestra energía, es la oposición mental que mantenemos contra las situaciones que no nos gustan.
¿Cuánto tiempo perdemos intentando cambiar el comportamiento de nuestra pareja o de nuestros hijos, sin conseguirlo? ¿Cuánta energía desperdiciamos en quejarnos, enfadarnos o sentirnos víctimas de las circunstancias?
Es creencia común que, emplearnos a fondo para luchar contra las dificultades, es la mejor opción para obtener resultados. Sin embargo, si observamos con atención, nos daremos cuenta de que es justo lo contrario: a menor resistencia frente a los retos del día, mayor tasa de resultados exitosos.
Nunca sabemos si lo que nos llega es para bien o para mal. Muchas veces, las bendiciones se transforman en maldiciones y viceversa. Solo hay un modo adecuado de lidiar con los hechos: aceptarlos con la mente abierta, dispuestos a que lo que suceda sea lo mejor que pueda suceder.
Esto es fluir con la Vida, una actitud que nos hace fuertes frente a los acontecimientos y nos permite encontrar las mejores soluciones ante cualquier problema. Esta danza amorosa con el devenir es la que puede aportarnos una profunda paz en las acciones y los mejores resultados en las decisiones. Es así, como podremos encontrar la paz en la tormenta, la felicidad en medio del caos, el amor cuando nos rodea la ingratitud o la calma frente al dolor.
Como el agua de un río que se adapta a todos los contornos, sorteando, sin detenerse, los obstáculos que encuentra en su camino, y saltando, sin miedo, en las cascadas, también nosotros fluimos cuando asumimos las situaciones que se nos presentan, adaptándonos a ellas.
Y, también, como el agua, capaz de modificar el paisaje lentamente con su enorme poder de erosión, podemos transformar nuestra vida, eliminando obstáculos y recreando nuevos paisajes mentales, si nos dejamos llevar por la Vida en una danza compartida.
Fluir es compatible con tener planes y objetivos, siempre que seamos capaces de modificarlos y ajustarlos, si fuese necesario, según se desarrollen los acontecimientos.
Fluir nos ayuda a permanecer atentos a los sucesos que se cruzan en el camino para descubrir y aprovechar las oportunidades que se nos presentan cada día.
Fluir nos da la fuerza necesaria para confiar en vez de temer, saltar en vez de arrinconarnos, amar en vez de compadecernos y arriesgar en vez de morir un poco más cada día.
Fluir es la esencia de la Vida, la razón de ser del universo, siempre en movimiento, siempre cambiante. Un mundo de formas interconectadas que se funden en el río de la existencia.
Fluir eres tú, soy yo, somos todos, cuando nos decidimos a abandonar la falsa seguridad de la zona de confort y elegimos ser la mejor versión de nosotros mismos, entregando todo lo que somos.
Fluir es abandonarse en los brazos del destino, manteniendo firme, al mismo tiempo, el timón de la ruta que hemos decidido seguir.
Solo así conoceremos la paz que surge de la ausencia de lucha y la felicidad que surge al permitirnos expresar la totalidad de lo que somos.
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