Todos pensamos. Nos pasamos los días nadando en un océano de pensamientos infinito, que parece no tener límites, ni espaciales ni temporales. Como las olas de mar, uno tras otro, nos acosan, nos persiguen y son causa primaria de variabilidad en nuestros estados de ánimo.
Pero, ¿qué son los pensamientos?, ¿de dónde vienen?, ¿se pueden controlar?…
Un pensamiento puede tomar formas variadas (imágenes, textos, discursos…), tener diversos tipos de contenido (sugerencias, críticas, ideas, recuerdos, expectativas…) y ser más o menos repetitivo, pudiendo aparecer en nuestra conciencia por un breve período de tiempo, o, por el contrario, no dejarnos espacio ni para respirar (círculos obsesivos).
Por medio del pensamiento construimos el mundo (cada uno, el suyo), generando la representación mental de lo que está fuera, aquello que nos llega a través de los sentidos, entremezclado con lo que proviene del interior (percepciones internas).
Por lo general, asoman a la conciencia acompañados de una determinada emoción (el reflejo corporal del contenido mental). Es así, que clasificamos como positivos aquellos pensamientos a lo que asociamos emociones agradables (positivas) y como negativos aquellos otros que provocan en mí sensaciones displicentes.
Estamos tan habituados a vivir con ellos, que no podemos en duda, ni por un momento, que forman parte de nosotros, al igual que las manos o el estómago, y, también, que no podemos vivir sin ellos, ya que los consideramos la herramienta indispensable para manejar el mundo que nos rodea.
Los usamos para planificar, organizar, recordar, crear, analizar, valorar, y, en definitiva, para realizar, casi, cualquier actividad de la vida. Sin embargo, y a pesar de toda esta apabullante participación que le damos en las actividades, recursos y utilidades que utilizamos diariamente, pueden llegar a convertirse en una adicción incómoda si abusamos de ellos.
La escala de malestar que se puede generar por un exceso de uso puede ir desde una incomodidad pasajera y ocasional, hasta un infierno inaguantable que afecte al comportamiento y la capacidad de gozar de la vida (TOC, paranoia, bipolaridad…).
De lo que no cabe duda es que todos, o prácticamente todos, los utilizamos de manera excesiva, exagerada, dedicando un tiempo innecesario a cavilar sobre cosas absurdas, inútiles o perjudiciales. Un tiempo precioso que podría ser utilizado en menesteres más provechosos y satisfactorios, exentos de la necesidad compulsiva de pensar.
¿Cuántos de nuestros pensamientos se refieren a recuerdos desagradables, críticas que no llevan a nada, preocupaciones que no dan soluciones o simple barullo mental confuso e indefinido?, ¿cuánto tiempo al día pasamos sumergidos entre esta basura mental que a nada conduce? ¿Mucho, poco?
Si nuestra calidad de pensamiento incluye un gran porcentaje de actividad mental inútil (sin fin o sin resultados), ganaremos muchas oportunidades, relax, placer, y eficiencia si renunciamos a ella y aprovechamos ese espacio que la mente nos deja para invertir en bienestar.
Muchos de lo que consideramos nuestros pensamientos no son tales, sino que provienen del espacio mental colectivo. Circulan a través de nuestra mente como lo harían las ondas de radio a través de un receptor. Esta es la procedencia de la mayoría de nuestros pensamientos: energía mental llegada desde un espacio mental común, y reenviada hacia él, después de ser filtrada, particularizada y procesada por nuestra mente personal (idea ya planteada por los científicos Roger Penrose y Stuart Hameroff allá por los 90, y más recientemente por Dirk K F Meijer y Hans J.H. Geesink, de la Universidad de Groninga). Con este planteamiento, ¿Vale la pena dedicarles atención?
La mente es un instrumento maravilloso que nos permite planificar, organizar, aportar soluciones, crear, y un sinfín de actividades imprescindibles para movernos a través del mundo físico. Pero su uso exagerado ha generado en el ser humano una adicción al pensamiento que incluye un gran espacio dedicado a actividad mental inútil que lo único que consigue es derrochar energía y generar malestar (recomiendo la lectura de El poder del ahora de Eckhart Tolle, un libro de gran impacto editorial desde que se publicó en 1997).
Podemos, y debemos, aprender a dejar marchar, a dejar ir, los pensamientos basura que cada día inundan nuestra conciencia. Con ello, lograremos mucho más espacio libre para dedicar a nuestro bienestar y la realización de actividades que nos aporten beneficios. Todo un mundo nuevo puede materializarse en nuestra vida si aprendemos a seleccionar los pensamientos útiles, filtrando los improductivos, y controlamos y usamos la mente a nuestro favor, en vez de que sea ella quién tome las riendas para llevarnos a ningún lado.