Cuando me vengo abajo

 

Algo ha salido mal, pero no ha sido una sino mil veces. Las desgracias se suceden, los imprevistos se acumulan y las dificultades se suman. Todo parece haberse puesto de acuerdo para amargarme la existencia, minar mis fuerzas y obligarme a tirar la toalla.  La Vida se ha vuelto loca, empecinada en ponérmelo cada vez más difícil hasta el punto de hacerme desistir de lo que sea que aliente mis días. Sin ilusiones ni esperanzas ni planes ni deseos. Silo una sombra oscura que se cierne sobre mí, impidiéndome respirar.

Me caigo, observo como, poco a poco, pierdo las fuerzas, mientras el mundo se derrumba a mi alrededor y yo, cual naufrago a la deriva, postrado en una embarcación sin remos y con las velas hechas jirones, sigo adentrándome en un mar proceloso que me reclama con ansia.

Al principio, cuando esta mala racha comenzó, intenté animarme. Me dije que se trataba de un hecho fortuito, un roce, que, aunque incómodo, no dejaba de ser pasajero y que, luego, tras la tormenta, retornaría la paz. Pero no fue así. Los días se tornaron más oscuros y las complicaciones crecieron, sin visos de amainar. Abrumado y sin poder contenerme, dejé que la ira brotase, sin cortapisas. Arrojé mi furia contra los elementos con la esperanza de tocar la fibra sensible de los dioses del destino y reclamar el fin de mis padecimientos. Tarea inútil: las borrascas siguieron azotando el litoral y cimbreándome de un lado a otro, como muñeco de feria a merced de los avatares de la vida.

Terminé por rendirme, abandonarme y hasta compadecerme por mi mala suerte. Después llegó la apatía, el desprecio, no sé si por mí mismo o por las circunstancias, y el llanto, revestido con lágrimas de impotencia, fracaso y soledad. Había terminado por embarrancar entre los escollos, en la inmisericorde costa de la desolación, sin fuerzas ni ánimos para seguir adelante…

¿Verdad que tú también lo has experimentado? ¿Tal vez una… dos veces? ¿Tal vez más? Momentos en los que todo se viene abajo y nos sentimos sin arreos para seguir adelante. Agotad@s nos dejamos caer, tras días o tal vez semanas de lucha infructuosa contra los elementos, en un vano intento de resistirnos ante la interminable sucesión de desgracias que se apiñan ante nosotros.

Puede que te sintieras derrotad@ y hasta avergonzad@ por no ser capaz de remontar los rápidos. Lo has intentado, bien sabe dios que ha sido así, pero la inacabable serie de retos, dificultades y complicaciones terminaron por minar tus fuerzas hasta dejarte varad@ sobre la playa, en una rendición final sin condiciones.

Sin embargo, ¿verdad que fue a partir de este momento, de esta rendición sin honor aparente, cuando comenzaste a saborear el placer de la victoria? ¿No fue entonces cuando, poco a poco, comenzó a regresar la paz y a restaurarse las fuerzas? ¿No fue este el punto de inflexión en el que decidiste auparte y erguirte por encima de los acontecimientos?

Y es que … Cada vez que caemos y, luego, nos levantamos, un mundo pleno de posibilidades se abre ante nosotros. Se nos presenta una segunda oportunidad para rehacer lo que sea que necesitemos rehacer o cambiar o crear. Desplomarnos, vencidos ante la vida, es el primer paso, el preludio de un renacer, de una metamorfosis que nos acerque al ideal que tenemos en mente, a la vida que deseamos, al futuro tantas veces soñado y tantas otras desechado por falta de arreos para conquistarlo.

Por todo esto, por la capacidad de transformación que encierra, dejarnos caer, hundirnos en el fango, rendirnos o sentirnos derrotados, lejos de ser un fracaso, una perdida o una humillación, es el reflejo de nuestra humanidad, una humanidad hecha de luces y sombras, de cimas y valles, de auroras y ocasos. No resulta posible evitarlo, ni sería bueno el intentarlo. Necesitamos tropezar y caer, no una sino mil veces, para aprender a levantarnos, y hacerlo cada vez con mayor celeridad y fuerza. Esta es la puerta de entrada al éxito, al triunfo, a la consecución de las metas y, en definitiva, a la capacidad de expresar todo lo que somos.

En palabras de Winston Churchill: el éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo

Por eso:

  • Acepta y ama lo que llamas fracaso. Es el mejor maestro que tienes para crecer y avanzar.
  • Déjate caer sin miedo, sin recelo y sin vergüenza. Te levantarás antes y revestido de mayor fuerza y seguridad

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