Gestionar bien el tiempo es una herramienta fundamental no solo para poder aprovecharlo al máximo, sino para disfrutarlo plenamente.
Perdemos muchas oportunidades a lo largo del día, muchos instantes de vida, en actividades inútiles o inapropiadas. Realizamos tareas que podrían ser evitadas y sustituidas por otras más productivas y divertidas. Y esto ocurre porque no sabemos o no queremos aprovechar el tiempo de que disponemos cada día para dar lo mejor de nosotros mismos.
Es corriente que terminemos muchas jornadas dándonos cuenta de que no hemos podido hacer todo lo que queríamos. En paralelo y con cierta frecuencia, habremos dejado de lado cosas que considerábamos importantes.
La razón más evidente del por qué nos ocurre esto es la falta de planificación. Nadie nos ha explicado la importancia de organizar el día, al igual que se hace con cualquier actividad empresarial o profesional que queramos culminar con éxito. Tampoco nos han enseñado a hacerlo. Nos levantamos cada mañana con un sinfín de tareas por desarrollar, pero sin orden ni concierto entre ellas. Confiamos en que vamos a poder realizarlas todas o casi todas, aunque no hayamos dedicado ni un minuto a evaluar el cómo conseguirlo.
No resulta posible lograr un determinado objetivo sin un mínimo de método y planificación. Y esto sirve tanto para el mundo profesional como para el personal. ¿Por qué no, entonces, acostumbrarnos a preparar y programar cada día de nuestra vida? ¿Es que no tiene, al menos, la misma relevancia que el mundo profesional?, ¿No se merece la misma atención y dedicación?
A pesar de lo evidente de una respuesta afirmativa, lo cierto es que muy pocos dedicamos la primera parte del día a ordenarlo y programarlo para que pueda ser, como dice la canción, un gran día.
Para gestionar bien el tiempo precisamos, en primer lugar, evaluar lo que podemos hacer con el total de horas de las que disponemos. Necesitamos de un tiempo (inevitable e imprescindible) para dormir, comer, asearnos y descansar entre tareas. El resto estará disponible para hacer lo que consideremos.
Muchas personas sobrevaloran su capacidad de hacer cosas, llenándose de actividades que, luego, no son capaces de terminar. Otras, por el contrario, la infravaloran, dejándose en el tintero muchas cosas que podrían haber hecho y no hicieron. Resulta clave aprender a situarse en el justo punto medio, siendo conscientes de hasta dónde dan mis veinticuatro horas diarias.
Otro aspecto esencial para una buena gestión del tiempo es el saber establecer prioridades entre tareas. Aprender a identificar las más importantes para ponerlas en los primeros lugares de la lista. Es bastante común confundir la relevancia entre actividades, creyendo que las importantes no lo son y viceversa (no ocurre con todas, obviamente, pero sin con algunas).
Finalmente, una vez que hayamos seleccionado la cantidad de cosas que somos capaces de hacer en un día, y de haber establecido prioridades entre ellas, tendremos que ponernos a ello sin distracciones. Nos centramos en cada actividad, sin tratar de hacer varias cosas a la vez, y extrayendo, al mismo tiempo, la dosis de divertimento que cada una pueda aportarnos. Este aspecto, generalmente olvidado, es fundamental para disfrutar con lo que hacemos y evitar que la vida se convierta en una carga en vez de en un paseo (a veces accidentado, por supuesto).
Una herramienta primaria, a tener en cuenta a la hora de proponernos gestionar bien nuestra actividad diaria, es la que tiene que ver con el cálculo correcto de los tiempos de ejecución. Aprender a evaluar, con la mayor precisión posible, cuanto nos va a llevar realizar cada tarea, resulta prioritario para poder distribuirlas en el tiempo. Cuanto más dominemos esta técnica más nos rendirá el día, además de ayudarnos a saber hasta dónde podemos llegar, y permitirnos realizar lo que nos hayamos propuesto, con un mínimo de tensión.
La gestión del tiempo no solo nos ayuda a hacer más cosas, sino que nos enseña a seleccionar las más relevantes para nuestro bienestar y nos permite disfrutar, al mismo tiempo, de ellas.
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