Carta a un rey mago

Desde hace muchos años, coincidiendo con las fechas navideñas, suelo escribir mi particular carta a los Reyes Magos.

No se trata de una carta en sentido estricto. Es más bien un análisis de lo que ha ocurrido en mi vida durante el año que termina, y una apuesta en pro de nuevos deseos y objetivos para el que comienza. Algo similar a lo que hacemos de pequeños, cuando volcamos ilusiones sobre un pedazo de papel esperando que unos seres mágicos las conviertan en realidad.

Con los años, terminamos por descubrir que nos han contado una mentira y que la magia, los magos y los deseos que se cumplen no existen. A pesar de ello, seguimos trasmitiendo a los niños la misma “¿mentira?” una y otra vez. ¿Por qué?: ¿será que seguimos creyendo que vivimos en un mundo mágico, a pesar de que la razón nos niegue esa posibilidad?

Si prestamos atención, nos daremos cuenta de que nos pasamos la vida pidiendo. Comenzamos a hacerlo de bebés, cuando demandamos comida, abrigo, cariño y atención. Y seguimos haciéndolo de mayores, abarcando un amplio abanico de deseos por cumplir: que mejore mi salud, que María me haga caso, que mi hijo se comporte de otra manera, que me toque la lotería, que mi equipo gane, que me asciendan en el trabajo…

Deseos y más deseos. Peticiones que hacemos más o menos explícitamente y que indican que seguimos creyendo en la posibilidad de que algo mágico (un acontecimiento inesperado fuera de nuestro control) ocurra en cualquier momento. Un algo que mejorará nuestra vida y que nos será regalado por Dios, la suerte, el destino o vete a saber qué, sin que tengamos que hacer nada por nuestra parte más que desearlo. ¿De verdad somos tan ingenuos? ¿Es posible que sigamos creyendo que los deseos se cumplen sin más: sin un plan, sin una estrategia, sin unos objetivos definidos, ¿sin una motivación?

Los regalos que recibimos de niños el día 6 de enero (algunos, ya, en Nochebuena) no llegan por azar, ni porque los hayamos deseado, ni por la carta que hemos escrito. Si están a los pies de la cama por la mañana, se debe, más bien, al cuidado, amor y desvelo de unos seres menos mágicos, pero más reales y efectivos, que son nuestros padres. Ellos han tenido que poner su esfuerzo, su dinero y su tiempo para conseguir que la magia tomase forma.

Pedir es un acto humano: algo innato y potenciado, además, por el acervo cultural que nos ha sido transmitido. Sin embargo, no hay que olvidar que las ilusiones que se quedan en simples deseos, difícilmente fructificarán. Es necesario el trabajo de los magos en la sombra que les den forma. De De pequeños, los magos están encarnados por mamá y papá. Con los años, terminamos por descubrirlo, aunque tendemos a olvidarlo y seguimos creyendo que un papá o una mamá magos seguirán proveyéndonos de dádivas y regalos, sin que tangamos que aportar nada por nuestra parte, pese a que la experiencia nos demuestra, una y otra vez, que no es así.

Esta creencia inconsciente, que perdura en muchos de nosotros, es causa frecuente del fracaso en el logro de objetivos, al omitir el ingrediente imprescindible que permite transformar los sueños en realidad: la puesta en escena del mago que llevamos dentro. Una vez superada la infancia, nos toca a nosotros ejercer de magos, aportando el tiempo, los medios y el trabajo necesario para adornar nuestro particular árbol de Navidad de ilusiones cumplidas. Siempre, sin olvidar que dar y recibir son cara y cruz de la misma moneda: cuánto más estemos dispuesto a dar, más recibiremos. Es ley universal contra la que no caben protestas ni rebeliones.

Dar más y pedir menos, no solo nos aporta más paz, comprensión y alegría, sino que potencia la motivación para trabajar en pos de nuestros deseos, transformándolos en realidades. Esta es la varita más importante del mago, la que le dota de capacidad para hacer su magia. Con ella consigue dar lo mejor de sí mismo. Es así, como sus peticiones se van cumpliendo sin que apenas se de cuenta.

Un buen mago crea, primero, una imagen mental clara y permanente de lo que desea materializar. Luego establece el plan para llevarlo a cabo y termina, centrándose en las acciones necesarias para su puesta en marcha, confiando en el éxito, pero sin obsesionarse con él.

Te propongo crear tu particular carta siguiendo esta guía AQUI

Comparte este contenido

Deja un comentario