Confiar es una de las actitudes que más valor aporta a nuestro bienestar físico y emocional. Promueve el estado de relajación, optimizando el funcionamiento de diversos sistemas corporales (digestivo, inmunológico y cardiovascular, entre otros). También contribuye al buen funcionamiento cerebral, dotándonos de mejores recursos para encontrar soluciones, tomar decisiones acertadas y ayudarnos en la consecución de objetivos.
Cuando tenemos confianza en algo o alguien, mantenemos un estado de ánimo alegre y despreocupado, disfrutamos de paz mental y manejamos una visión positiva de la vida, aceptando los inconvenientes que se nos presentan con una mayor dosis de aceptación y paciencia.
De modo análogo, cuando alguien que nos importa confía en nosotros, nuestras fuerzas y capacidades parecen multiplicarse por cien. Descubrimos, de pronto, todo aquello de lo que somos capaces y habíamos guardado en nuestro particular baúl de limitaciones autoimpuestas.
La capacidad de confiar se alimenta, en mayor o menor medida, del acervo de creencias y experiencias personales. Nuestros credos condicionan las expectativas y, también, la interpretación de los acontecimientos. Es mucho más fácil fallar si pensamos que no somos capaces que si creemos que podemos. Al dudar de nuestras habilidades no ponemos toda la carne en el asador. Por el contrario, si nos sentimos capaces lo daremos todo. Esta es la razón por la que nos predispone a lograr resultados positivos.
Algunos acontecimientos nos merecen una confianza absoluta. No dudamos de que podremos realizar la siguiente respiración o de que el sol volverá a despuntar por el horizonte al amanecer, tras su ocaso nocturno. La fe que depositamos en este tipo de acontecimientos se refuerza cada día por la evidencia de su invariabilidad.
En otro tipo de situaciones, más dependientes de nuestra participación voluntaria, el nivel de convicción se debilita a la hora de aventurar un cumplimiento seguro. Los planes para bajar de peso o dejar de fumar pertenecen a este tipo. Su éxito depende del grado de compromiso que estemos dispuestos a asumir.
Un tercer tipo de circunstancias, en cuanto a confianza se refiere, está constituido por aquellas a las que hemos despojado de toda posibilidad de manifestación. Las denominamos utopías o quimeras. Sueños vanos que nunca podremos alcanzar, por mucho que pudiera ilusionarnos su consecución.
Cada persona define sus particulares utopías en función de la altura a la que haya colocado su listón personal. Lo quimérico establece una barrera que no podemos cruzar, el límite de nuestras capacidades, la frontera entre lo posible y lo imposible, entre realidad y fantasía. Si el nivel del listón es poco ambicioso, las probabilidades de alcanzar, avanzar o superar cualquier cosa que nos propongamos resultarán más bien escasas.
Todos llevamos dentro al niño que fuimos (y seguimos siendo). Un pequeño ser, sensible e inocente confinado a un espacio limitado que creció con él, a medida que padres, educadores y sociedad lo fueron etiquetando. Una parte importante de estas marcas indelebles, grabadas en su inconsciente, contienen información sobre lo que podrá y no podrá hacer.
La buena noticia es que, pese a lo desfavorables que puedan ser los mensajes que hayamos recibido a través de la educación y las experiencias, siempre tenemos la posibilidad real de cambiarlos. Convertir lo utópico en realidades posibles requiere de un proceso de redefinición, transformando el viejo e incapacitante vocablo en otro que permita derribar las barreras que nos impiden crecer. Esta nueva palabra a la que debemos aferrarnos con firmeza es RETO.
Un reto es algo a superar, un escollo que debe ser trascendido para continuar caminando, pero nunca va a ser un imposible. Ante los desafíos nos preparamos, sacamos nuestras mejores capacidades, estudiamos la estrategia y, finalmente, tomamos acción. Esta es la vía del éxito, siempre que cubramos las espaldas con el escudo de la constancia y la paciencia, enemigos acérrimos del desánimo y la rendición.
Convertir nuestras quimeras en retos las desprovee de toda su fuerza disuasoria, dejándonos libres para atrevernos a superar lo que antes fue una utopía infranqueable.
No necesitamos convertirnos en héroes, ni en sabios, ni en santos para conseguirlo. No precisamos de una fuerza sobrehumana. Tan solo se requiere analizar nuestros particulares imposibles, sometiéndolos al juicio severísimo de una razón desapasionada que haga la pregunta adecuada: ¿cómo puedo transformar esto en una posibilidad real?
Tomate un tiempo para escribir tu lista de particulares utopías sobre ti mismo y tus sueños de realización personal. Analízalas, luego, en busca de grietas de construcción (falsas creencias, deducciones equivocadas y experiencias mal interpretadas) a través de las cuales pueda asomar una luz clarificadora, dibujando una nueva realidad más benévola y real, impregnada con la fuerza y el poder de la CONFIANZA. Una bocanada de libertad para dejar salir lo mejor que hay en ti.
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