Una visión clara, respaldada por planes definidos, da una sensación profunda de confianza y poder personal
Brian Tracy
Planificar no es más que definir y organizar las actividades con el fin de lograr un determinado objetivo. Se trata de establecer una ruta que nos lleve hacia un destino prefijado.
Todos y todas hacemos planes a diario, aunque no seamos muy conscientes de ello. Colocamos en fila nuestras tareas y obligaciones, generando una secuencia que nos de cierta garantía de poder terminar lo que nos hemos propuesto realizar.
Planeamos nuestros viajes de vacaciones con mayor o menor acierto, decidimos el orden que van a seguir las compras de la mañana, establecemos planes de ahorro a medio y largo plazo o establecemos estrategias para erradicar algún hábito indeseado o lograr algún fin determinado. Son ejemplos de acciones habituales que constituyen modos de planificar y organizar nuestros intereses.
Sin embargo, cuando se trata de tomar acción respecto a aspectos clave de nuestra vida, somos, en general, más perezosos a la hora de hacer planes. Nos cuesta. Quizás ni nos lo planteamos, o si lo hacemos. terminamos por ver una montaña difícil de escalar y abandonamos todo intento de poner orden en lo verdaderamente importante: cómo desearía vivir, hacia donde querría dirigirme o en qué me gustaría emplear mi tiempo.
Nos come la rutina, el rápido paso de los días, inmersos en nuestros quehaceres habituales, las obligaciones autoimpuestas que creemos inevitables y, dominándolo todo, un miedo irracional a hacer cambios. Nos justificamos convenciéndonos de que no tenemos tiempo para dedicar a lo que, de verdad, nos hace vibrar. Nos refugiamos en la idea de que lograr eso que tanto amamos es tarea de titanes abocada al fracaso. Y así reservamos nuestra capacidad planificadora para las pequeñas cosas de todos los días, sin darnos cuenta de las oportunidades que nos estamos perdiendo.
Planificar metas grandes (las que removerían nuestras entrañas con el sabor especial de lo que nos apasiona) no resulta tan complicado ni imposible como pueda parecer. No es una quimera, no está fuera de nuestras posibilidades y puede, al mismo tiempo, convertirse en una actividad profundamente divertida y gratificante. Aprender a definir y secuenciar los pasos necesarios para lograrlo es una técnica que puede aprenderse, si es que consideramos que necesitamos mejorarla.
El primer peldaño de una planificación eficaz es una definición clara del objetivo: qué quiero, por qué lo quiero, ¿me va reportar felicidad?, ¿va a mejorar mi calidad de vida?, ¿a qué debo renunciar para lograrlo? Todas estas cuestiones necesitan ser respondidas para estar segur@ de que lo que me propongo es lo adecuado, lo mejor para mí.
El segundo peldaño está constituido por la firmeza y el compromiso: la confianza en que puedo lograrlo, la convicción en que soy merecedor de ello, y la humildad y flexibilidad necesaria para abrirme a recibir la ayuda de mi entorno e introducir cambios en lo planificado a medida que sea necesario.
Sin estos dos peldaños difícilmente vamos a llegar al objetivo.
Para ascender el primer peldaño necesito definir con precisión el objetivo (detallarlo). Esto me dará la seguridad de que lo que deseo va a reportarme la felicidad y la paz que busco. Cuanto más próximo esté lo que persigo a mi propósito de vida, cuanto más se alinee con él, más sencillo me resultará escoger mis objetivos vitales. Pero si aún no he encontrado un faro que me guíe, haré bien en preguntarme, con sinceridad, si lo que pretendo es algo que puede mejorar mi calidad de vida (mayor tranquilidad, alegría, confianza, libertad, amor…) o si se trata, tan solo, de una aparente mejora de mi bienestar material que puede, incluso, generar más infelicidad en forma de preocupación, obsesión o hastío.
Si he decidido que lo que deseo lograr es un bien que va a mejorar mi bienestar integral, es el momento de establecer un plan, de decidir, de organizar, de secuenciar. Es tiempo de estructurar los pasos que pueden llevarme hacia la meta. Haré bien en dividir en pequeñas etapas mi proyecto, para ayudarme a escalar el segundo peldaño, sin dificultad. Con objetivos pequeños, fácilmente alcanzables y tiempos de ejecución cortos, va a ser mucho más sencillo ganar en confianza, potenciar el compromiso y vislumbrar el éxito. Un mini objetivo, que forme parte de uno más grande, no asusta, se ve como posible. Va a permitirme dar un paso de gigante en el ascenso hacia lo que pretendo lograr. Una vez conseguido, hará crecer mi confianza, seguridad, valor y espíritu de merecimiento.
Aquí, en la división de una gran meta en pequeños pasos, es donde la planificación adquiere todo su sentido. Pero antes, no nos olvidemos de asegurarnos de la idoneidad del objetivo que nos hayamos propuesto.
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