Camino hacia el paraiso

 

Existe un lugar en el que cada ser humano alcanza su cénit. La distancia que nos separa de él, depende de lo cerca o lejos que estemos de la fuente que rige nuestra vida: ese espacio en el que vivimos permanentemente cuando somos niños y del que nos alejamos a medida que crecemos.

 

 

Retomar el camino al paraíso es la mayor tarea que podemos imponernos. No por la dificultad que entrañe el recorrido, sino por la grandiosidad que nos aguarda entre sus recovecos, jalonados de descubrimientos y placeres que permanecerán con nosotros para siempre.

Existen muchos trayectos posibles. Unos más largos, otros más cortos. Unos más encrespados, otros más llanos. Unos más obvios, otros más escondidos. Aquí te cuento el mío, por si te sirve de ayuda:

  1. Detecta lo que te angustia, analízalo y ponle soluciones: lo primero, siempre, es quitar lo que sobra, lo que molesta, lo que nos impide avanzar. Y esto es todo aquello que nos saca del estado de paz: lo que nos angustia, lo que tememos, lo que nos irrita… Y no te olvides de que todo esto llega en forma de pensamientos repetitivos. Descúbrelos, míralos de frente y estarás en el camino de desmontarlos y restarles fuerza, una vez que te des cuenta de que su base es muy débil, una mentira que en algún momento te has creído y que pierde fuerza a medida que la observas desapasionadamente.

 

  1. Baja el ritmo: la prisa en un enemigo a desalojar de nuestra casa mental. No es tanto la rapidez con la ejecutamos las tareas como el estado de estrés mental con el que las hacemos, lo que nos agota. Sin embargo, bajar la velocidad con la que nos movemos y llevamos a cabo nuestras acciones ayudará a reducir también el ritmo mental que les imprimimos. Además, es este un modo de acometer el día que nos facilitará vivir más en el presente y prestar más atención a lo que hacemos.

 

  1. Convierte lo ordinario en extraordinario: la rutina termina por conseguir desconectarnos de lo que estamos haciendo y transformar todo en automatismos que nos impiden estar aquí y ahora. Cuando hacemos las cosas de manera rutinaria, nuestra mente se evade, viajando hacia el pasado o el futuro. Cambia el enfoque, la manera de ejecutar tus rutinas, el orden en que ejecutas las tareas. Y esto hará que los automatismos desaparezcan y las cosas se vistan con otros colores. Cuando la atención ilumina lo que hacemos, por muy aburrido y repetitivo que nos resulte, surge un mundo nuevo: lo ordinario se convierte en extraordinario y la rigidez de difumina, para dar paso a una visión renovada, un modo diferente de entender y de hacer las cosas.

 

  1. Regálate diversión diaria: ¡qué importante es esto y qué fácilmente lo olvidamos! El cansancio, tras una larga jornada, las preocupaciones, la urgencia por realizar más y más tareas o la simple pereza nos impiden darnos cuenta de la enorme necesidad que tenemos de pasarlo bien, de regalarnos placer, de disfrutar de nosotros mismos realizando actividades gratificantes. No podemos permitirnos renunciar a un tiempo de diversión y goce diario, en el que poder gozar de nuestra existencia.

 

  1. Deja que cada cual gobierne su vida: otro gran obstáculo al transitar por nuestro camino hacia el paraíso. ¡Qué absurdo resulta empecinarse en que los demás se plieguen a nuestras expectativas e intereses! ¿Te gustaría que tu familia o tus amigos gobernasen tu vida, te dijesen lo que debes o no debes hacer, como comportarte o qué vida debes elegir? Pues eso es lo que hacemos cuando pretendemos que nuestros hijos, parejas, padres o quien quiera que sea se plieguen a nuestros deseos. Solo hay algo que eres único responsable: tu vida. El resto está fuera de tu control y por mucho que te empeñes solo conseguirás decepciones y agotamiento si pretendes gobernarlo.

 

  1. Di «si» cuando es si y «no» cuando es no: y hazlo sin enfadarte y sin justificaciones, con amabilidad. Esta es una asignatura pendiente para una mayoría. Decimos «sí», cuando queremos decir «no», para no disgustar o defraudar a aquellos a quienes queremos agradar. Una actitud equivocada a todas luces: renunciamos a nuestros deseos, mentimos, reprimimos nuestras emociones y, a mayores, damos la falsa impresión al receptor de nuestra falsedad de que lo hacemos encantados. No resulta extraño que nos lo siga pidiendo, o hasta exigiendo, una y otra vez, convencido de que lo hacemos encantados. Tal vez algún día, hart@s ya de tanta represión, estallemos en un acceso de ira que, sin duda, sorprenderá a nuestro interlocutor, descolocado ante una reacción que ni comprende ni se esperaba.

 

Conseguir vivir una vida relajada y divertida no es inmediato. Requiere de método y constancia. El método puede ser este o, también, puedes (y debes) tunearlo para acercarlo más a tus particularidades. La constancia es tuya, y puedo asegurarte que esta, la constancia, es la clave del éxito en cualquier tarea que emprendas.

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