¿Qué quiero darte?

Solo podemos dar lo que somos. Si tengo paz, daré paz; si me siento feliz, transmitiré felicidad; si estoy pletórico de energía, eso mismo entregaré. Pero si acumulo cansancio, daré cansancio; si tristeza, entregaré tristeza; y si estoy decepcionado, te haré partícipe de mi decepción.

 

¿Me estoy atendiendo?

Esta es la primera pregunta que debe hacerse aquel que decide hacer de la ayuda a los demás su bandera, bien porque decide imitar a Superman o porque hay alguien cerca que precisa de sus cuidados.

Atenderse significa, en primer lugar, escuchar las propias demandas; y, en segundo, ocuparse en atenderlas.

Hacernos la pregunta y responderla con sinceridad, será el primer paso antes de decidirnos a hacer del servicio un compromiso de vida.

Si la respuesta es negativa, haremos bien en aprender a cuidarnos antes de intentarlo con otros. Los demás se beneficiarán y nosotros podremos ejercer de buenos samaritanos sin que ello signifique un sacrificio.

¿De verdad necesitas tanta ayuda?

Es habitual que sobrevaloremos la necesidad de apoyo que la otra persona demanda. Se tiende a dar más de lo necesario. Y esto, lejos de hacerle un favor, lo debilita, lo hace más dependiente y disminuye su fuerza vital.

Aprender a dar lo necesario, sin pasarnos, permitiendo que el otro se sienta capaz, no solo conseguirá mejorar su autoestima; su capacidad de recuperación, si está enfermo; o su sensación de bienestar, sino que nos regalará el tiempo y la energía suficiente para gozar de nuestra vida.

Antes de emplearnos a fondo en prestar ayuda, preguntémonos, hasta donde debemos llegar sin menoscabar nuestra propia vida.

Cuidar al cuidador

Nadie va a cuidar al cuidador sino es él mismo. Así que, si este es uno de tus roles, será mejor que, antes de tumbarte derrotad@ sobre el sofá, tras una agotadora jornada de cuidados, dediques unos minutos a pensar como puedes ayudar al cuidador. No caigas en la trampa de creer que ese tiempo que te dedicas va en decremento de la calidad de tus cuidados. Todo lo contrario. No te olvides de que solo puedes dar lo que tienes.

Poner la atención hacia uno mismo por encima de los cuidados a otras personas (excepto en emergencias, por supuesto) lejos de ser una actitud egoísta, es un acto de generosidad con el otro: recargamos pilas para darle, después, lo mejor de nosotros mismos.

Haz escapadas con frecuencia. Permítete locuras

Desconectar del ambiente donde se desenvuelve el rol de cuidador es esencial para recobrar fuerzas y resetear el sistema. La persona que dedica parte de su tiempo a cuidar a otros por la razón que sea, necesita cambiar de ambiente para renovar el aire. Un tiempo lejos del discapacitado, del enfermo o del necesitado. Un tiempo para él o ella, donde la mente esté ocupada en otros menesteres que nada tengan que ver con su rol de cuidador o cuidadora, y que resulten, al tiempo, agradables, placenteros y relajantes.

Hacer escapadas a la naturaleza; darse unas sesiones de masaje, sauna o spa; asistir a fiestas; quedar con los amigos para charlar de cualquier cosa irrelevante; ir al cine con cierta asiduidad; practicar tu afición favorita; o cualquier otra actividad que resulte agradable y amena, servirá para este fin.

En definitiva, se trata de hacer del oficio de cuidador una parte más de tu vida, lejos de toda exclusividad, y tratando, siempre, de que las atenciones estén dirigidas más a estimular la autonomía y el empoderamiento del otro, que a convertirlo en un ser dependiente de nuestra atención. Siempre, por supuesto, adaptándose a la situación particular que nos haya tocado vivir.

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