Como disfrutar de todo lo que haces

 

¿Has visto algún niño pequeño que no disfrute con lo que hace?, ¿recuerdas cuando tu también lo hacías, en los primeros años de tu infancia, cuando cada día era un mundo por descubrir y cada actividad una aventura fantástica en la que embarcarse?

Sin embargo, ahora mismo, en tu vida adulta, ¿cuántas cosas haces con verdadero disfrute?, ¿cuántas de tus tareas diarias disfrutas, mientras las haces?, ¿cuánto placer hay en tu día?

Es fácil convertir lo rutinario en obligación y lo obligado en rutinario. Es fácil que lo habitual se perciba como monótono, soso y poco atractivo, y que la vida acabe siendo una experiencia poco interesante, a medida que los años pasan, los achaques se incrementan y las ilusiones se desvanecen.

Tendemos a aumentar los miedos y reducir el afán de aventura, según nuestra edad crece e incrementamos nuestro arsenal de experiencias amargas y deseos frustrados. La vida duele muchas veces, y este dolor almacenado va deshaciendo, sin apenas darnos cuenta, las ganas de experimentar, de probar, de descubrir, haciéndonos olvidar, con frecuencia, las ganas de vivir del niño o la niña que todos llevamos dentro.

Podemos preguntarnos, y haremos bien en hacerlo, si es que no habrá algún modo de revertir esta tendencia general que todos conocemos a medida que pasan los años. Tal vez, exista alguna posibilidad de recuperar, al menos en parte, la mirada ilusionada del niño que fuimos, sus ganas de experimentar y su interés por descubrir?

Puede que tengamos la tentación de respondernos desde el presente, en este mismo instante, con la visión del adulto que cree que lo sabe todo, o casi todo, sobre la vida. Pero, también, tenemos la opción de encontrarnos con el niño o la niña que vive en nosotros, para que juntos, miremos desde una nueva perspectiva: la que aúna la experiencia que dan los años con la fuerza y la ilusión que provee la juventud. Esta respuesta conjunta, sin sombra de duda, será la mejor, la más adecuada, la verdadera, la que colmará nuestro corazón y nos dará alas para volar en pos de nosotros mismos, sin tiempo, sin recuerdos dolorosos, sin peros y sin constricciones.

La hermosa criatura que vive en todos nosotros, siempre nos empujará hacia el mundo con confianza, ilusión, interés, con afán de aventura. Todo, absolutamente todo, será digno de ser tocado, sentido, amado y probado. Y no importarán los años, ni los recuerdos (buenos o malos), ni los obstáculos, ni el que dirán, ni el no soy capaz, ni el no me atrevo, porque la misión de vivir será mayor que el miedo a fracasar.

Siempre hay un modo de disfrutar con lo que hacemos, incluido lo que llamamos obligaciones. Y este modo tiene que ver con la capacidad de mirar las cosas con ojos nuevos, sin prejuicios, sin quejas, al igual que hacen los niños pequeños. Conseguirlo tiene más que ver con desaprender que con aprender, más con deshacernos de rémoras que con adquirir capacidades nuevas. La posibilidad sigue existiendo en cada uno, virgen, inmaculada, perfecta. Son las cargas que le hemos puesto encima las que la ocultan a nuestra vista y parecen haberla hecho desaparecer.

Recuperar el placer de hacer las cosas, disfrutando plenamente de ellas, tiene que ver con:

  • Dejar de centrarme en lo que no me gusta para enfocarme en lo que me gusta.
  • Olvidarme del reloj para centrarme en la tarea, sin tiempo, sin prisa, sin plazos
  • Realizar mis actividades sin automatismos, prestando atención a lo que estoy haciendo
  • Abandonar la manera habitual en que hago las cosas para encontrar otros maneras de hacerlas que me resulten más atractivas.
  • Dejar de hacer lo que no me gusta y no resulta necesario (ni importante ni urgente) y, a cambio, recuperar actividades que me agradan y me apetecen.
  • Gestionar bien mi tiempo para que pueda atender tanto a lo que considero obligaciones como a lo que son diversiones.

Pasamos un cierto tiempo en este planeta, sin saber, a ciencia cierta, cuando terminará el viaje. ¿Hay algo que pueda ser más importante que disfrutar de todo lo que se nos brinda, antes de llegar al final del trayecto? Sin embargo, empleamos una gran parte de nuestra ruta en vivir otros viajes imaginarios, menos placenteros y más cansados, actuando como si fuésemos inmortales y dispusiésemos de toda la eternidad para perder el tiempo en lo que no vale la pena.

Aprovecha tu tiempo, viviendo responsablemente, pero sin perder la mirada inocente y juguetona de un niño. Esto hará que, al llegar a tu destino, sientas que tu vida ha valido la pena.

Puedes ejercitarte en hacer cualquier tarea disfrutando de ella
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